martes, 2 de abril de 2013

... a la Misa voy.

"Unidad fe-vida" es la urgencia de nuestras vidas si queremos que sean cristianas.
Echemos un vistazo a la parábola "del rico Epulón y el pobre Lázaro" (Lc.16,19-31):
- El primero vive "al margen" de lo que le pase al pobre Lázaro; representa a esa parte de nuestra sociedad cuyo  único afán, su único dios, es el dinero, el poder, las comodidades fabricadas por ellos mismos, la fama "rentable",... y hacen girar toda su vida en torno a esos bienes volviéndose sordos y ciegos ante el mundo que sufre.
- El segundo, Lázaro, sobrevive con apenas las migajas que el primero desprecia; representa a los desheredados de la tierra, pobres y empobrecidos, explotados, carentes de toda defensa, ignorados por las clases pudientes, arrinconados porque son "molestos", excluídos, no rentables para el sistema.
En este marco simbólico y al mismo tiempo terriblemente real y actual transcribimos la siguiente composición:
De la vida vengo..., a la Misa voy.
"Y he visto a los herodes que se visten de religioso, pero matan niños y eliminan a los contrarios.
He visto un mundo dividido: Unos tienen todo, otros nada, unos pueden y otros son oprimidos por los poderosos. Unos se creen más grandes y más buenos y desprecian a los demás.
Pero he visto también huellas de Dios en el corazón de las personas; he visto hijos que, aunque dicen que no van a la viña, luego terminan yendo y haciendo lo que Padre Dios quiere. He visto gente generosa dispuesta a dar todo para que la vida sea abundante para todos.
De la vida vengo..., a la Misa voy.
Y he oído los gritos y he visto las lágrimas de los oprimidos, de los pobres, de las madres que han perdido a sus hijos, de los leprosos de cualquier tipo que se sienten despreciados y marginados. He visto gente tan ciega que no ve sentido a lo que viven. He visto personas a las que Dios hizo grandes y viven paralizadas por el miedo y por un sistema que sólo quiere de ellos que sean consumidores.
Y he visto también a Dios poniendo consuelo en tantas lágrimas y paz en tanta violencia. He visto a muchas otras personas dando el amor de Dios, especialmente a los que carecen de todo.
De la vida vengo..., a la Misa voy.
Y he visto cubos de basura llenos de comida que se tira. Y he visto pobres rebuscando en ellos. Y he visto más pobres aún, que ni siquiera encuentran cubos donde rebuscar... y mueren de hambre. He visto gente crucificada en los hospitales, en las cárceles y en los centros psiquiátricos.
Pero he visto también muchos cirineos y otros crucificados que, por amor a la vida y a los suyos, lo dejan todo y se suben a una patera soñando un mundo mejor para sus familias... aunque sospechen que todo ello suponga una terrible tortura.
De la vida vengo..., a la Misa voy.
Y he visto ancianos abandonados o aparcados en asilos (y hasta en urgencias de un hospital) donde les dan de comer pero les falta el amor y el agradecimiento por tanto esfuerzo y tanto trabajo de aquéllos a los que tanto amaron. He visto niños explotados de tantas y tan viles maneras. He visto a mujeres a las que aún se las sigue tratando, en todas las instancias, como si fueran de segunda categoría. Y me duele especialmente cómo las ha tratado nuestra amada Iglesia.
Y he visto mucha gente buena que, calladamente hace el bien, gente que se entrega, que se quema para que otros vivan más y mejor, para que otros encuentren a Dios, un Dios que les quiere, que siempre les amó.
De la vida vengo..., a la Misa voy.
Y he oído que somos 1.200 millones de cristianos católicos. Y me da vergüenza pensar que aún no hayamos acabado con el hambre en el  mundo. He oído decir que los pobres son los predilectos de Dios y que Cristo está presente en ellos,,, y los he visto morir al mismo tiempo que he visto despilfarros en adornos en las imágenes y en los templos. Despilfarro de millones de flores y en fuegos artificiales.
He visto miles y miles de personas detrás de imágenes muertas de Jesús en las procesiones y me pregunto si luego irán a ayudar a los Cristos rotos pero vivos todavía que tienen sed y hambre, están enfermos o sufren cualquier herida, están presos, son forasteros, están sin hogar,... o les dan un trabajo digno para que no tengan que practicar la prostitución;... pero me temo que muchos no van y me temo que a muchos ni siquiera les remuerde la conciencia.
De la vida vengo..., a la Misa voy.
Y vengo herido por tantas heridas. Pero vengo herido también con sueños y esperanzas. Vengo al encuentro del  que ha vencido todo mal (todo este mal). Vengo al encuentro del que quita el pecado del mundo. Vengo al encuentro del que hace nuevas todas las cosas, al que es capaz de poner alegría en el llanto y resurrección en la muerte. Vengo al encuentro del que confía en mí, me llama por mi nombre, me da nuevas oportunidades y, por eso, me dice como a Nicodemo: "Hay que volver a nacer".
De la vida vengo..., con la vida a cuestas vengo.
Y vengo a la mesa del Padre nuestro, mío y de todos ésos que he encontrado heridos en el camino. He venido a hablar y a escuchar al padre que ama a sus hijos.He venido a hablar de mis penas y de las de mis hermanos.Vengo para que el Padre me hable de esos hijos que sufren y, aunque me duela, a que me haga la pregunta que hizo a Caín: "¿Dónde está tu hermano?" (Gn.4,9).
He venido a confrontar mi vida con Jesús, mi quehacer con el suyo, mis prioridades con las suyas.  He venido a mirarme en Aquél a quien llamo "Señor". He venido a comulgar de nuevo con Aquél con quien he comulgado en toda persona a la que me he acercado, Aquél que se ha hecho carne en toda carne.
De la vida vengo..., y en la mesa me siento.
Como un hijo entre hermanos. Con Jesús que siempre que nos reunimos en su nombre está en medio de nosotros. Nos hacemos un poco más uno, como Jesús quiere. Me siento con el oído y el corazón atento, para escuchar buenas noticias.  Escuchar la bienaventuranza que el Padre ha escondido en las situaciones más difíciles. Para confirmarme en la fe de que la misericordia y la fidelidad de Dios son eternas y que se nos han manifestado en su Hijo Jesús.
Escuchar al ángel Gabriel que, hoy de nuevo, nos dice: "para Dios nada hay imposible" (Lc.1,37), lo que nos permite seguir soñando. Escuchar a Juan que certifica que Jesús nos da de su mismo Espíritu y nos dice: "Como el Padre me envió a mí, así les envío yo a ustedes" (Jn.20,21-22). Escuchar a Mateo contarnos de nuevo cómo fue el paso -la pascua- de Jesús por entre la gente ayer, y como quiere pasar hoy. (Mt.11,2-6).

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