La
religión de Jesús no fue una religión de religiosidad y de ritos, sino de
compromiso liberador de los oprimidos.
Hemos
oído decir muchas veces que Jesús murió por nuestros pecados, que gracias a su
muerte hemos sido redimidos, que El reparó a Dios el daño que le causan
nuestros pecados, que con su muerte reparó el pecado de Adán, que Dios tanto
amó al mundo que entregó a su Hijo a la muerte, que incluso Dios quiso la muerte
de su Hijo por nosotros, etc. Incluso en la liturgia de la Vigilia Pascual se
lee que fue necesario el pecado de Adán, y ¡feliz la culpa que mereció tal
Redentor!.
Todo
esto, pensado con un poco de sentido común parece absurdo, sin sentido e
ininteligible. Veamos:
- ¿Qué clase de Dios sería ése que se ve dañado o simplemente afectado por nuestros pecados?. Si nosotros somos casi tanto como nada, ¿cómo es posible que lo que hacemos impacte de esa manera en Dios?.
- ¿Qué clase de Dios sería ése que necesita ser reparado nada menos que por la muerte de su propio Hijo?.
- ¿Cómo podría querer Dios la muerte de su mismo Hijo, una muerte tan llena de escarnio, de violencia, de tortura, de sufrimiento tan horrible, para acabar clavado de pies y manos, crucificado, la crucifixión, invento de los persas?.
- ¿Cómo podría Dios haber querido entregar a su Hijo a la muerte por nosotros?. ¿Acaso Dios quiere más a los hombres que a su propio Hijo?. ¿O los quiere a todos por igual?. ¿Acaso Dios no tendría otra solución para redimirnos que mandar a la muerte a su Hijo?.
Jesús
presenta en el Evangelio a Dios como un Padre que nos quiere entrañablemente
(Parábola del Hijo prodigo). Jesús aparece a lo largo de los Evangelios
hablando con el Padre de tú a tú, con total confianza. Si Dios nos quiere tanto
a nosotros, ¿cómo no va a querer por lo menos igual a su propio Hijo?.
Juan 3,
16-18 escribe: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para
que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios
no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo
se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está
condenado porque no ha creído en el
nombre del Hijo único de Dios”.
Vamos a
ver: ¿Cómo y por qué murió Jesús?. –Jesús murió de una manera mucho más
sencilla, pero lógica, que todo eso: Hoy cuando alguien se enfrenta a los
poderes absolutos del dinero o del poder político y a veces al poder religioso,
precisamente porque esos poderes actúan en contra del ser humano, antes o
después acaba asesinado. Así pasó a lo largo de la historia cientos de miles de
veces: les pasó a los primeros cristianos que se enfrentaron al poder de Roma,
así les pasó a las víctimas de la Inquisición, así les pasó a Gandhi, Martín
Luther King, o a Oscar Arnulfo Romero. Jesús se proclamó portador de un mensaje
de Justicia (“dichosos los que tiene hambre y sed de Justicia”), de un mensaje de
igualdad y fraternidad (“a nadie llaméis señor sobre la tierra, todos vosotros
sois hermanos”), un mensaje de amor (“éste es mi mandamiento, que os améis unos
a otros”), un mensaje de compromiso con los pobres (“dichosos los pobres,
porque vuestro es el Reino de los Cielos”), un mensaje en contra de la riqueza
y los ricos (“no podéis servir a Dios y al dinero, ¡ay de vosotros los
ricos!”).
Este
mensaje de Jesús iba abiertamente en contra de los poderes constituidos
religioso-políticos, que oprimían al pueblo judío imponiéndole grandes cargas,
y que tenían su sede en Jerusalén, (Consejo de Ancianos, los Sumos Sacerdotes,
los Escribas, la guardia del templo, etc.) que ni asimilaron ni mucho menos
soportaron este mensaje que Jesús practicaba y enseñaba, porque era totalmente
contrario a sus intereses: se dieron cuenta muy claramente que Jesús estaba
abriendo los ojos al pueblo, que el pueblo seguía a Jesús, y que el pueblo se
iba a volver contra ellos, y por eso se reunieron en el palacio del Sumo
Sacerdote y resolvieron apoderarse de El para darle muerte, porque, según
ellos, alborotaba y soliviantaba al pueblo (Lucas 23,2-5 y Mateo 26, 3-4).
Esto es
lo que realmente le pasó a Jesucristo. La causa verdadera de su muerte no fue
aplacar a Dios, ni Dios lo quiso entregar a la muerte. Dios no quiere eso para
ningún ser humano y menos para su Hijo. ¿Dios no puede salvarnos sin que tenga
que morir su propio Hijo?. Si es así, da mucha pena de ese Dios y mucha pena de
ese Hijo. Jesús sabía qué era lo que Dios esperaba de El: un compromiso de
liberación integral del hombre, de liberación de la humanidad, de liberación de
los oprimidos. Jesús se daba muy bien cuenta de que esa línea de compromiso le
llevaba directamente a la muerte. Jesús veía con claridad que los poderes
constituidos lo detestaban cada vez más, lo odiaban, lo andaban buscando para
darle muerte. Jamás se le ocurrió echar a Dios la culpa de todo esto.
El gran
valor, el extraordinario valor de Jesucristo, es que, dándose plenamente cuenta
del destino fatal que le espera y les anuncia por tres veces a sus seguidores,
sigue adelante. El sí sabe muy bien que no debe claudicar, El sabe muy bien que
la voluntad de Dios es que no se eche atrás. El tiene muy claro: “yo he venido
para que todos tengan vida y vida más que abundante” (Juan 10,10). Hay un
momento en que lo ve tan duro, tan horrible, y siente una tristeza de muerte,
que se dirige a Dios como Padre, como a su propio Padre, y le dice: “Padre mío,
si es posible que pase de mí este cáliz (este sufrimiento tan grande), pero que
no se haga como yo quiero, sino como quieres tú” (Mateo 26,38-39). La voluntad
del Padre era que Jesús no claudicase, que no huyese como el pastor que ve
venir al lobo, deja solas las ovejas y huye. Si hubiera fallado no estaríamos
ahora escribiendo estas líneas, su gran mensaje hubiera quedado en nada o casi
nada.
En todo
caso no es la muerte de Jesús la que nos libera, sino el testimonio de su
compromiso liberador para que nosotros sumemos nuestro compromiso al suyo, y
así todos con El vayamos liberando al
mundo a lo lardo de toda la historia, de todos los tiempos, llevando
cada vez a más plenitud su obra liberadora del mundo. Lo que verdaderamente nos
da liberación definitiva, la plenitud de
la salvación, es la Resurrección de Jesús por la que El llega a la Vida plena
para que nosotros lleguemos a la plenitud de Vida con El.
La
religión de Jesús no era una religión de religiosidad y de ritos. Nunca entró
en el templo a nada de esto. No fue un sacerdote ritual. Fue un laico de su
tiempo comprometido con el pueblo. Su religiosidad era de compromiso con el
pueblo, especialmente con los oprimidos y su liberación. Los Evangelios nos
muestran cómo su vida está entretejida de continuos actos de liberación:
curación de enfermos, alimentación de los hambrientos, consuelo de los
afligidos, rehabilitación de los débiles y marginados: esto lo anuncia y lo
hace: “Id a decir a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los
sordos oyen, los leprosos quedan limpios…")
Si
creemos que Jesús es Hijo de Dios, y que Dios es el Padre más Padre de verdad,
lo lógico es que después de un compromiso tan radical y absoluto de Jesús,
busque rehabilitarlo, busque plenificarlo, busque su vida plena y total: es la
Resurrección, el retorno a la vida en plenitud total y absoluta. Es lo más
lógico, como haríamos nosotros por una persona que lo ha dado todo. Jesús quiso
ser coherente con su mensaje hasta el final, hasta sellarlo con su misma
sangre, con su misma muerte.
Por
tanto no busquemos explicaciones absurdas y sin sentido, contrarias a la
realidad y al sentido común para la muerte de Jesucristo, y en cambio saquemos
las conclusiones que son lógicas y elementales:
- -Si creemos en Jesús, practicaremos lo que El practicó y enseñó, porque creer es comprometerse y por tanto tendremos más y mejor vida en este mundo porque haremos un mundo mucho mejor (más justo, más fraterno, más humano, más feliz, más igual, más lleno de bondad y digno para todos), como lo hizo Jesús, y como consecuencia vendrá la vida eterna, la vida para siempre, porque la vida empieza pero no termina nunca, lo que empieza es para siempre, tan solo cambia. Ya lo decía Pitágoras.
- -Comprometámonos, pues, a practicar el mensaje de Jesús en nuestra propia vida, que implica también denunciar, como lo hizo El, a los opresores y maltratadores de este mundo, tanto del hombre como de la Madre Tierra, que es ya un pobre más entre los empobrecidos del mundo, por lo mucho que la estamos explotando y abusando de ella, precisamente los países más desarrollados a costa de los más pobres.
- -Comprometámonos a que su gran mensaje sea una realidad para todos los hombres y toda la creación hasta que no haya ni opresores ni oprimidos, para que estos queden libres de ser oprimidos y aquellos libres de ser opresores, logrando así la plena liberación de unos y otros.
- -Demos a todos los hombres, con nuestros hechos y nuestra palabra, como lo hizo Jesús, un mensaje de vida y esperanza muy especialmente a los más oprimidos y maltratados por la vida, las injusticias, la opresión, la violencia, los abusos sexuales, como los de esos miles y miles de mujeres y niñas que son vilmente violadas y utilizadas como armas de guerra a gran escala, respondiendo a un plan militar diseñado para utilizar el cuerpo de la mujer como campo de batalla: así se hizo en la R.D.C., y se hace en la R.C.A y en Sudán del Sur. Amnistía Internacional da cuenta de violaciones y agresiones sexuales es en grupo incluso con palos y mutilaciones con cuchillos. La ONU refirió que a finales de 2016 el 70 % de las mujeres refugiadas en Yuba habían sido violadas, con muchos embarazos no deseados poniendo a las mujeres en una terrible situación de culpa y rechazo de bebés concebidos fruto de la violencia.
- -Que nuestra lucha y nuestro ideal sea el mismo de Jesús: que todos tengamos vida y vida más que abundante, mediante la justicia, la igualdad, la fraternidad, el amor, la solidaridad, entre todos los hombres y con toda la creación.
- - Jesús aspiraba, como aspiramos nosotros, a vivir con felicidad, con alegría, con satisfacción y con seguridad de tener una vida más allá de esta vida limitada, a veces realmente carente de vida verdadera a causa de las limitaciones y sufrimientos que comporta, pero seguros como seguro estaba El, y lo repitió reiteradamente, de “al tercer día resucitaré”, convencidos de que creer en Jesús es comprometerse como El y por tanto también de resucitar con El a la plenitud de la vida. Lo contrario sería absurdo y sin sentido, convencidos de que la llamada a la vida, y vida para siempre, tan profunda que llevamos y sentimos dentro, es porque efectivamente estemos llamados a ella.
Hagamos,
pues del mandamiento de Jesús, de su mandamiento (“éste es mi Mandamiento: que
os améis unos a otros”, un mandamiento tan sencillo pero que nadie había
promulgado hasta que El vino a este
mundo), hagámoslo sí, práctica diaria de
nuestra vida, entretejiéndola como hizo Jesús, de continuos actos de
liberación, desde lo más pequeño y sencillo hasta su más auténtica dimensión
política para contribuir a la construcción integral del Reino de Dios en este
mundo, en esta orilla de la vida, que nos haga dignos de su plenitud a partir
de pasar a la otra orilla de la Vida en plenitud definitiva.
Feliz
Pascua de Resurrección a tod@s.-Faustino
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