El próximo miércoles 2 de marzo se inicia la Cuaresma 2022, Míércoles de Ceniza.
El Papa Francisco propone que dediquemos este día al ayuno con una intención añadida: trabajar por la paz en el mundo y especialmente por la paz en Ucrania.
De poco sirve ahora analizar las causas de esta guerra a la que los medios de comunicación pusieron fecha: el pasado 24 de febrero con la invasión del ejército ruso sobre Ucrania.
Da igual que esta guerra “aparente” haber empezado en ese día porque bien
sabemos todos de las maniobras norteamericanas llevadas a cabo durante años operando en Ucrania fomentando el máximo distanciamiento de Ucrania
respecto a Rusia y tratando de presionarles para incluirlos en la OTAN y tener
cada vez más cercada a Rusia además de poder desplegar así nuevas bases
militares de un bloque militar que lejos de trabajar por la paz en el mundo sólo
busca garantizar la supremacía estadounidense en nuestro planeta a costa de lo
que sea y de quien sea.
De poco
sirve también culpar al dirigente ruso Vladimir Putin por su irresponsabilidad
y temeridad, además de violar el Derecho Internacional y la integridad nacional
de un país como Ucrania en el que desde siempre han convivido rusos y
ucranianos en muchos de los casos emparentados formando familias de ambas
nacionalidades, compartiendo también un mismo credo religioso: muchísimos son
hermanos en la fe de la Iglesia Cristiana Ortodoxa.
Ahora sólo
sirve tender las manos y clamar unidos por la paz, seamos rusos o ucranianos o
de cualquier otro lugar del mundo pues hermanos somos todos; roguemos a Padre
Dios, juntos, unidos por una causa común: recobrar la sensatez, la memoria histórica
de tantas guerras que sólo han traído destrucción, pobreza, dolor y angustia.
Sirve mirar aquello que nos une y sentir que “el otro es OTRO YO” y que mi bien
es inseparable del suyo y que en concordia alcanzaremos más altas metas que
enfrentados o enemistados.
Miremos
también a nuestra familia. ¿Hay enemistad entre nosotros?. Busquemos excusas si acaso hacen falta para encontrarnos y dialogar, entendernos, abrazarnos (haya COVID o no),
reconocer cada cual sus errores, buscar maneras de relacionarnos mejor que
hasta ahora,… pues mucho tenemos que ganar y nada que perder. Es hora de ser
familia de verdad.
Lo mismo
podríamos decir de nuestras relaciones sociales empezando por las más cercanas:
nuestros vecinos del edificio, nuestros compañeros/as de trabajo o de estudio,
nuestros ámbitos de compromiso social, político, eclesial, cultural o
deportivo,… Es hora de mirarnos no como enemigos o rivales (aunque militemos,
por ejemplo, en partidos políticos opuestos en su ideología) sino como personas
que honestamente y con la mejor de las intenciones trabajamos en la
construcción de un mundo mejor.
Ayunemos de burlas, de insultos, desprecios e ironías, de mentiras, murmuraciones y malas o falsas intenciones; ayunemos de palabras y gestos hirientes; de toda explotación, engaño y abuso; ayunemos de hipocresía, de latrocinio, de egoísmo, envidias y celos; ayunemos de cuanto degrada nuestra dignidad humana y de la del hermano, nuestro prójimo.
Y hagamos del
respeto, la tolerancia, la colaboración, el diálogo, la solidaridad,… de nuestra libertad y sentido de la responsabilidad, del amor, la generosidad y la donación desinteresada... nuestras
únicas armas, sin dar tregua a nada que pueda atentar contra esta paz a la que
estamos llamados a construir cada día, minuto a minuto, en cualquier lugar.
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