El título de este artículo no es una conclusión de lo que pasa hoy, es un convencimiento antiguo, incluso desde hace siglos.
P.J.Ginés
/ ReL23 junio 2016
"Se
ha de evitar que el empleo de recursos financieros esté motivado por la
especulación y ceda a la tentación de buscar únicamente un beneficio inmediato,
en vez de la sostenibilidad de la empresa a largo plazo, su propio servicio a
la economía real".
¿Quién
escribió esto?.
Y otra
frase: "La economía tiene necesidad de la ética para su correcto
funcionamiento; no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la
persona".
El
autor de estos pensamientos es Benedicto XVI, en su encíclica Caritas in Veritate (puntos 45 y 40). Muchos han oído que Benedicto XVI habló de los
orígenes morales de la crisis financiera y económica, y sin duda era algo sobre
lo que meditaba, pero en sus textos de mayor rango doctrinal no lo detalla con
frases lapidarias.
En
otros documentos se acerca más: en su mensaje para la Jornada Mundial de la
Paz, del 31 de enero de 2012, habla de "el sentimiento de frustración por
la crisis que agobia a la sociedad, al mundo del trabajo y a la economía; una
crisis cuyas raíces son sobre todo culturales y antropológicas”.
Caritas
in Veritate no usa la palabra "avaricia".
Es
curioso constatar que en Caritas in Veritate, por ejemplo, no se usa ni una vez
la palabra "avaricia" o "codicia", cuando es, sin duda el
pecado clave contra el que se previene (aunque se podría alegar que previene
contra la idolatría del mercado o del dinero, pero la palabra "idolatría"
tampoco se usa).
La
Iglesia siempre ha predicado contra la avaricia y la codicia, y sus efectos no
sólo individuales sino sociales. Ya San Clemente de Alejandría, muerto en el
220 d.C., escribió un librito sobre el tema: "¿Qué rico se salvará?".
Pero
quien quiera sumergirse en sermones potentes contra estos pecados, llenos de
ejemplos bíblicos, podrá distrutar con el nuevo libro de la imprescindible
Biblioteca de Patrística de Ciudad Nueva, obra de San Ambrosio de Milán, el
obispo maestro de San Agustín y un gran predicador.
El
libro reúne 3 obras: "Elías y el ayuno; Nabot; Tobías". Y las tres
tratan sobre pecados económicos, la avaricia, la esclavitud de las riquezas, el
abuso de los pobres y trabajadores y como, con la Biblia en la mano, los
cristianos vemos en las Escrituras lo mucho que Dios previene contra estas
esclavitudes.
El
poder de la vida austera.
En
"Elías y el ayuno" el obispo explica como la frugalidad y austeridad
del santo profeta le hicieron poderoso en su lucha contra la pagana y opulenta
reina Jezabel. El texto de Ambrosio predica contra la lujuria, pero no sólo la
sexual, sino también contra toda esclavitud de lo material o avaricia de
reconocimientos. Todo ello se vence con el ayuno, una práctica que debe ir
ligada siempre a la limosna generosa y la oración, como se recuerda en
Cuaresma.
En
"Nabot" se insiste en el tema de la avaricia y de la corrupción que
la acompaña, un tema de absoluta actualidad política. Jezabel usa falsos
testigos para que un pequeño terrateniente, Nabot, sea ejecutado por
traición... y que su viña sea entregada al Rey Ajab, esposo de Jezabel.
Aquí
Ambrosio desarrolla más el elemento social de su crítica. "La tierra fue
creada para propiedad común de todos, ricos y pobres. ¿Por qué vosotros, ricos,
os atribuís un derecho exclusivo de propiedad?. La naturaleza, que da a luz a
todos pobres, no conoce a ningún rico".
Ambrosio
se detiene a comentar los casos de pobres vendidos como esclavos, de ricos que
hunden a sus subcontratados o proveedores... Ambrosio no comenta nada sobre
cómo Dios perdonará al final a Ajab por su arrepentimiento... él no está
haciendo exégesis bíblica, sino una predicación contra la avaricia y la
corrupción, y el ejemplo bíblico, potente, indignante, le sirve de ilustración.
La
usura y su esclavitud.
El
tercer libro, "Tobías", se centra en la figura siniestra del usurero,
que empobrece y esclaviza, destruyendo personas y familias. La usura es
"veneno, espada, esclavitud, lazo nefasto" y, citando a Catón,
"exigir intereses equivale a matar".
C.S.Lewis en varios de sus libros comentaba lo extraño que es que los cristianos
antiguos y medievales predicasen tanto contra la usura y que los contemporáneos
no tratemos casi nunca el tema. Hay quien piensa que no es pecado ya.
Pero el
Compendio de Doctrina Social de la Iglesia resuena con un estilo que recuerda
al de Ambrosio y los antiguos. Ahí leemos: "Si en la actividad económica y
financiera la búsqueda de un justo beneficio es aceptable, el recurso a la
usura está moralmente condenado: «Los traficantes cuyas prácticas usurarias y
mercantiles provocan el hambre y la muerte de sus hermanos los hombres, cometen
indirectamente un homicidio. Este les es imputable». Juan Pablo II en 2004
proclamaba unas palabras recogidas en el Compendio: «La usura, delito que
también en nuestros días es una infame realidad, capaz de estrangular la vida de
muchas personas».
Incluso
Caritas In Veritate, el texto de Benedicto XVI que no usa la palabra avaricia
ni codicia, menciona la usura una vez, en el párrafo 60, al hablar de los
microcréditos: "Los sectores más vulnerables de la población deben ser protegidos
de la amenaza de la usura y la desesperación. Los más débiles deben ser
educados para defenderse de la usura, así como los pueblos pobres han de ser
educados para beneficiarse realmente del microcrédito".
Cuando
la retórica arrastra al santo.
En sus
libros Ambrosio utiliza todo el arsenal retórico de un maestro de la abogacía
greco-romana, citando clásicos, con comparaciones elocuentes, inspiradoras, muy
literarias... y a veces teológicamente descarriladas.
Por
ejemplo, en "Elías y el ayuno" Ambrosio parece considerar pecado la
navegación comercial, y llevado por la pasión retórica proclama: "Os
quejáis de frecuentes naufragios pero ¿quién os obliga a navegar?. Como si no
fuera por excesivo afán de riquezas por lo que vosotros hacéis las costas inseguras.
Dios no hizo el mar para que se navegara, sino por la belleza de ese elemento.
El mar es sacudido por la tempestad: debéis temerle, no apoderaos de él. El que
no navega desconoce el temor del naufragio. El Señor dijo: Dominad sobre los
peces del mar; no ha dicho "navegad entre las olas". A ti te ha sido
dado el mar para alimentarte, no para que te arriesgues: utilízalo como comida,
no para hacer comercio".
Un
polemista moderno podría usar esta diatriba para argumentar que el cristianismo
es absurdo y contrario al progreso porque "para los cristianos antiguos la
navegación no pesquera era pecado". Sin embargo, Hechos de los Apóstoles
está lleno de los viajes navales de San Pablo y Lucas, que se proponen como
ejemplo evangelizador. El mismo Jesús usaba las barcas de sus discípulos no
sólo para pescar sino para predicar desde ellas o ir de un punto a otro del
lago de Tiberíades. Y es evidente que no hay doctrina en Concilios ni en
catequesis antiguas contra la navegación mercantil.
Simplemente,
en su libro contra el afán desmedido de riquezas, Ambrosio, orador exuberante
volcado en su retórica clásica, plantea este ejemplo para enfatizar su crítica
a la avaricia, justo antes de lanzar una elegante diatriba contra las naves
mercantes de Tiro y Cartago.
En
realidad, Ambrosio no es contrario al progreso social, sino todo lo contrario:
ayudó a cristianizar el Imperio en una época en que muchos amos cristianos
liberaban a sus esclavos, en que las leyes iban limitando y humanizando la
esclavitud (impidiendo el maltrato a los esclavos, la separación de las
familias, etc...) y buscaba impedir la esclavitud por deudas.
Y, de
fondo, resuena su predicación contra la corrupción. Porque en esa época, como
en la nuestra, el origen de la crisis es moral.
En la
película de Lux Vide de 2010 sobre San Agustín, San Ambrosio entra en la corte
imperial para protestar contra el caso de un hombre vendido como esclavo por
sus deudas... deudas falsas, como en "Nabot"; el caso que comenta el
personaje ilustra a la perfección la pasión del santo contra este abuso social.
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