Jn. 6, 41-51 (Para el domingo 12 de agosto de 2018)
Según
el relato de Juan, Jesús repite cada vez de manera más abierta que viene de
Dios para ofrecer a todos un alimento que da vida eterna. La gente no puede
seguir escuchando algo tan escandaloso sin reaccionar. Conocen a sus padres.
¿Cómo puede decir que viene de Dios?.
A nadie
nos puede sorprender su reacción. ¿Es razonable creer en Jesucristo?.
¿Cómo podemos creer que en ese hombre concreto, nacido poco antes de morir Herodes el Grande y conocido por su actividad profética en la Galilea de los años treinta, se ha encarnado el Misterio insondable de Dios?.
¿Cómo podemos creer que en ese hombre concreto, nacido poco antes de morir Herodes el Grande y conocido por su actividad profética en la Galilea de los años treinta, se ha encarnado el Misterio insondable de Dios?.
Jesús
no responde a sus objeciones. Va directamente a la raíz de su incredulidad: «No
sigáis murmurando». Es un error resistirse a la novedad radical de su persona
obstinándose en pensar que ya saben todo acerca de su verdadera identidad. Les
indicará el camino que pueden seguir.
Jesús
presupone que nadie puede creer en él si no se siente atraído por su persona.
Es cierto. Tal vez, desde nuestra cultura, lo entendemos hoy mejor. No nos
resulta fácil creer en doctrinas o ideologías. La fe y la confianza se
despiertan en nosotros cuando nos sentimos atraídos por alguien que nos hace
bien y nos ayuda a vivir.
Pero
Jesús les advierte de algo muy importante: «Nadie puede aceptarme si el Padre,
que me ha enviado, no se lo concede». La atracción hacia Jesús la produce Dios
mismo. El Padre que lo ha enviado al mundo despierta nuestro corazón para que
nos acerquemos a Jesús con gozo y confianza, superando dudas y resistencias.
Por eso
hemos de escuchar la voz de Dios en nuestro corazón y dejarnos conducir por él
hacia Jesús. Dejarnos enseñar dócilmente por ese Padre, Creador de la vida y
Amigo del ser humano: «Todo el que escucha al Padre y recibe su enseñanza me
acepta a mí».
La
afirmación de Jesús resulta revolucionaria para aquellos judíos. La tradición
bíblica decía que el ser humano escucha en su corazón la llamada de Dios a
cumplir fielmente la Ley. El profeta Jeremías había proclamado así la promesa
de Dios: «Yo pondré mi Ley dentro de vosotros y la escribiré en vuestro
corazón».
Las
palabras de Jesús nos invitan a vivir una experiencia diferente. La conciencia
no es solo el lugar recóndito y privilegiado en el que podemos escuchar la Ley
de Dios. Si en lo íntimo de nuestro ser nos sentimos atraídos por lo bueno, lo
hermoso, lo noble, lo que hace bien al ser humano, lo que construye un mundo
mejor, fácilmente nos sentiremos invitados por Dios a sintonizar con Jesús.
José
Antonio Pagola
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