lunes, 26 de noviembre de 2012

Pobreza y vivienda


Quique Landete, Concha Salinas y
J. José Vallés
"Justicia y Paz" de Alicante

Para tratar de dar algunas claves sobre la relación entre pobreza y vivienda vamos a reflexionar sobre la situación de cientos de millones de personas que no tienen garantizada una vivienda digna, pese a su inclusión en el artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: «Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios».
Desde su aprobación y proclamación por las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948 han trascurrido 60 años y abundan los indicadores de su abundante conculcación y de la escasa promoción de este derecho en los países pobres.
El disfrute y el acceso a una vivienda decente es una meta principal para:
  1. Conseguir un desarrollo humano sostenible porque refuerza la convivencia y mejora la relación de las personas con el entorno.
  2. Proteger a los integrantes de la familia de aquellos agentes atmosféricos que nos acompañan diariamente.
  3. Proveer a las personas de las condiciones más favorables para el descanso y ayudar a la restauración de las fuerzas perdidas durante la jornada de trabajo.
  4. Independizar del mundo físico exterior a sus moradores, propiciándoles un clima de intimidad, fundamental para el desarrollo de la personalidad humana, vida familiar e individual de sus integrantes
  5. Ser hogar, fuente permanente de educación y ejemplo para los niños y adultos.
Se considera que el desarrollo de la vivienda refleja el progreso y el crecimiento económico, social y cultural del hombre. «Mirad la historia de la vivienda, y veréis la historia del hombre, de sus preocupaciones, de sus acciones, de su vida…».
Causas de la falta de vivienda.
Demográficas.

En los últimos 100 años, la población mundial se ha duplicado, y la masificación de las periferias de muchas ciudades ha dado lugar a la construcción de viviendas insalubres, hacinadas, sin prestaciones de agua potable y canalizaciones de saneamiento, y con altas probabilidades de contagio de enfermedades, en muchos casos mortales. La explosión demográfica que se está produciendo en los últimos años, mayoritariamente en países empobrecidos, no está siendo acompañada de los requisitos y las condiciones necesarias para la disposición de una vivienda digna. La tasa de crecimiento actual es de 2%, y de mantenerse así, se estima que la población mundial llegará a 23.000 millones en los próximos cien años. Esto implicará un crecimiento inimaginable para cientos de ciudades.
De todas formas, no es este crecimiento demográfico la única causa de falta de vivienda.
Otras causas.

Los conflictos bélicos, que conllevan a la emigración masiva de millones de personas y la destrucción de sus poblados, así como las catástrofes naturales, propiciadas en muchos casos por el cambio climático y agravadas por las pésimas condiciones en que están construidas las edificaciones, especialmente en aquellas zonas más empobrecidas, son fuente inagotable de nuevos pobladores en busca de un lugar donde poder residir. Aunque quizás una de las causas más importantes ha sido y sigue siendo el éxodo de miles de personas de población rural a las áreas urbanas, atraídas por una industrialización que les permita conseguir una mejor vida. La mecanización, tanto agropecuaria como industrial, dirigida en muchos casos por grandes multinacionales implantadas en muchas zonas rurales, así como la falta de empleo e incentivo que disponen, sobre todo para los más jóvenes, está significando un abandono de estas poblaciones a esas grandes ciudades.
Según Naciones Unidas, los países industrializados arrastran un déficit de 30 millones de viviendas, pero en los países en desarrollo, son más de 150 millones las familias a las que urge contar inmediatamente con una vivienda higiénica. Las últimas cifras mundiales, nos hablan de 1.000 millones de personas (el 15% de la población del planeta) las que viven en los suburbios de las ciudades, careciendo de una vivienda digna.
Hacia dónde caminar.

El 7.º Objetivo de Desarrollo del Milenio, «Garantizar la sostenibilidad del medio ambiente», tiene como Meta D: «Haber mejorado considerablemente, para el año 2020, la vida de por lo menos 100 millones de habitantes de tugurios». Una característica suficiente, entre otras, para ser considerado un barrio como tugurio es el hacinamiento (3 ó más personas por habitación). La situación de los conocidos como «pisos patera» de algunas ciudades supera este indicador.
Hoy se hace imprescindible, según apunta el último informe del Fondo de Población de la Naciones Unidas, experimentar una «revolución en el pensamiento», a fin de abordar la duplicación de las poblaciones urbanas, especialmente en África, Asia y en Latinoamérica, pues si actualmente más de la mitad de la población mundial, unos 6.700 millones de personas, están residiendo en ciudades, los pronósticos hablan que para el año 2030, la población urbana habrá aumentado hasta 5.000 millones de personas, o sea, un 60% de la población mundial.
La vivienda invade de cifras y datos toda una alarmante estadística que sin duda esconde uno de los dramas humanos más humillantes para la gran cantidad de personas que habitamos este planeta. Aun así, y como dicho informe también afirma, si bien los nuevos residentes urbanos serán, en su mayoría, pobres, ellos deben ser parte de la solución. Al ayudarlos a satisfacer sus necesidades –de vivienda, servicios de salud y educación, empleo–, también podría liberarse el potencial de los residentes urbanos para impulsar un crecimiento económico. Son los responsables políticos, las autoridades municipales y los planificadores urbanos, junto con el conjunto de la ciudadanía, los primeros en deber asignar prioridad a satisfacer las necesidades de vivienda de los residentes urbanos pobres, muy especialmente a los más jóvenes, pues la mitad de la población urbana es menor de 25 años.
Estas cifras chocan sin duda ante algunos datos de la vivienda en los países occidentales, y como ejemplo cercano podemos hablar del nuestro. En España existe el mayor parque inmobiliario de la Unión Europea (con un difícil acceso, en parte porque el valor medio de la vivienda en los últimos cinco años ha subido 18 veces más que el poder adquisitivo), pues cada año se construyen 18 viviendas por cada 1.000 habitantes (INE 2007), frente a las 5 del resto de la UE. Lo más llamativo es que, hasta ahora, nos encontramos con una vivienda por cada 2 habitantes, y hay cerca de tres millones de viviendas vacías.
Es, pues, importante subrayar el masivo y anárquico desarrollo urbanístico de los últimos años, con el consiguiente deterioro paisajístico y la insostenibilidad ambiental.
Actualmente, en nuestra sociedad occidental, la vivienda ha pasado, en pocos años, de ser una de las principales necesidades básicas para el crecimiento y desarrollo natural de las personas, a servir de motor de enriquecimiento económico, fruto de un uso especulativo y de un valor desproporcionado, desvirtuando su finalidad, y excluyendo a una inmensa población de su disponibilidad. El pinchazo de la burbuja inmobiliaria ha conducido a la frustración: «El sueño de comprar un piso era una pesadilla» (El País, 22 de noviembre de 2008).
La vivienda es un problema y una necesidad imperiosa en nuestro mundo opulento, y quizás muestra la cara más cruda de la pobreza tan cercana y tan invisibilizada. Millones de personas se sienten apartados totalmente de una sociedad que los ignora, y que se deben aferrar a un pequeño trozo de tierra para poder subsistir de alguna manera, sin poder participar de la economía que míseramente los acepta, ajenos a cualquier oportunidad que ésta le pueda ofrecer, y terminar engrosando esa cifra de pobladores que denominamos, en el mejor de los casos, «cuarto mundo».
Los Sin Techo en Europa.

Según Cáritas, en el 2006, se contabilizaban unas 30.000 personas viviendo en nuestras calles y 275.000 en infraviviendas. En la Unión Europea se estima alrededor de 3 millones las personas sin techo y 18 millones en viviendas precarias.
Nuestro sentir cristiano no puede quedar al margen de esta realidad tan cercana. Somos testigos de muchas injusticias, y el derecho a residir en una vivienda digna es sinónimo de compromiso humanitario y evangélico, y también es expresión de nuestro amor preferencial por los pobres. Por ello, quisiera recordar estas palabras, pertenecientes a las conclusiones de documento «La Iglesia ante la carencia de Vivienda» de la Pontificia Comisión Justicia y Paz, siendo presidente el cardenal Roger Etchegaray, con ocasión del Año Internacional de la vivienda para las personas sin hogar:
«Cada Nación y la comunidad de Naciones están ante un reto de humanidad: diseñar una sociedad donde ninguna persona se quede sin satisfacer las necesidades esenciales para vivir con dignidad; donde nadie quede privado de una vivienda digna, como factor principal del progreso humano”.
Si el panorama de pobreza es desolador, grande es la responsabilidad de quienes tienen en sus manos las decisiones políticas y económicas. Los países y los grupos sociales más pobres esperan encontrar solución a la grave situación de los sin techo contando con la solidaridad mundial a la que tienen derecho.
Los pobres y marginados que carecen de vivienda esperan respuestas concretas, empezando por el cambio de actitud, indiferente cuando no hostil, de algunos sectores de la sociedad. Esperan con urgencia una política social avanzada, convertida en programas concretos de vivienda a bajos costos y condiciones de pago favorables y a largo plazo, fácil acceso a los medios técnicos y legales requeridos para ello.
Esperan ser integrados normalmente en la sociedad, así como ver reconocidos todos sus derechos. Esperan también un cambio económico, político y social, pues el problema de los “sin techo” y la crisis de la vivienda es sólo efecto de una causa más profunda que exige solución».

Cuestiones para la reflexión.

Es conocido por todos la inmensidad de viviendas precarias e insalubres donde sobreviven millones de personas en el mundo, así como barrios enteros en nuestras ciudades donde no se puede hablar de viviendas dignas para vivir y desarrollarse mínimamente, muchos de ellos habitados por personas en busca de un trabajo y una vida mejor, provenientes de muchos lugares lejanos…
  • ¿Tenemos algún conocimiento cercano de esta situación?. ¿Tenemos contacto con alguna de estas familias?.
  • ¿Qué podemos proponer o sugerir a las autoridades competentes para reducir e ir paliando esta dramática situación, tanto a nivel general como local?. ¿Es el asociacionismo y la solidaridad también una posible solución para ser más efectivo?.
La Iglesia afirma que «Los pobres y marginados que carecen de vivienda, esperan respuestas concretas empezando por un cambio de actitud, indiferente cuando no hostil, de algunos sectores de la sociedad».
  • ¿Cuál es nuestra actitud como cristianos ante esta problemática?. ¿Somos conscientes de la suerte que tenemos en nuestro caso?. ¿Qué sentido tiene la especulación inmobiliaria y la acumulación de patrimonio en nuestra sociedad de hoy?.

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