jueves, 8 de noviembre de 2012

Quien anima la Iglesia es el Espíritu Santo



MARC VILARASSAU ALSINA, SJ
El Espíritu Santo anima la Iglesia.

A menudo, nuestro discurso sitúa a la Iglesia institucional totalmente al margen, cuando no en contra, del Espíritu Santo. Estamos dispuestos a reconocer la acción del Espíritu Santo en cualquier lugar antes que en la Iglesia. Nos hemos acabado creyendo el chiste aquel sobre la Trinidad que decide ir de vacaciones a Roma. Cuando alguien lanza la propuesta, el Espíritu exclama entusiasmado: «¡Sí, a Roma, que nunca he estado!». Nos parece obvio que el Espíritu Santo nunca ha estado en Roma y que esto de la «Iglesia institucional» es algo que se ha edificado en obvia opo­sición a la acción del Espíritu, porque está claro que «Jesús no habría construido el Vaticano y no permitiría que se humillase de esta manera a las mujeres». Y nos quedamos tan anchos.
La tarea del Espíritu, para este discurso simplón, no es otra que la de li­berarnos del grave inconveniente de la Iglesia institucional. En coheren­cia con esos presupuestos, la pastoral que se cultiva en estos ámbitos no sólo no pretende integrarse en la Iglesia, sino que busca la mejor mane­ra de sortearla. En sus anuncios implícitos parecen querer decir: «aquí te ahorramos la Iglesia y todos sus inconvenientes». Y a menudo los recla­mos pastorales suenan a algo así como: «ven a Ikea, la república inde­pendiente de una iglesia hecha a tu medida».
¿Por qué no lo reconocemos?. En buena parte de estas pastorales (afortu­nadamente, son cada vez menos), simplemente, no se sabe qué hacer con la Iglesia. Entra siempre tarde y a destiempo, y nos pasamos más tiempo justificando lo que queremos decir que diciéndolo. Como una película antigua de indios y vaqueros, como el lloriqueo maniqueo de los malos y los buenos, de los indignados y los banqueros, de los obispos y los cu­ras auténticos. Nos abonamos a una eclesiología amarillenta, hecha de grandes titulares mediáticos y grandes fotos, pero sin apenas contenido, es decir, sin apenas cuerpo. Una de las razones de la esterilidad vocacio­nal de estos ambientes pastorales se debe en buena parte, a mi parecer, a esta concepción exclusivamente rancia y estereotipada de la Iglesia, en la cual no hay espacio para la más mínima alegría, para la más mínima bue­na noticia relacionada con ella.
¿Cuándo entenderemos de una vez que la diferencia que hay entre el Evangelio y el Vaticano (el de ahora y el de todos los tiempos) es la mis­ma que hubo entre Jesús y Pedro?. Ni más ni menos. A pesar de esa dife­rencia, y quizá por ella, Jesús encomendó a Pedro velar de una forma es­pecial por la continuidad de su misión y por la unidad de su cuerpo. Y eso no quiere decir que Pedro sea el «único» discípulo, ni el más santo, ni siquiera el más cercano, pero sí el «primero», el encargado de guardar a la Iglesia en la comunión y la unidad. Nada más y nada menos.
En ese cuaderno de Cristianisme i Justícia que he mencionado, el autor dice que «los síntomas de la negación práctica de la dimensión pneumá­tica de la Iglesia son la unilateralidad en la toma de decisiones, el silenciamiento de los discrepantes, la represión de toda novedad, la prohibi­ción del ensayo en la acción pastoral y evangelizadora, el acotamiento de los espacios de libertad, etc.». De acuerdo; pero yo añadiría un síntoma que nos afecta especialmente a nosotros: me refiero a la negación siste­mática de la asistencia del Espíritu Santo a las mediaciones instituciona­les de la Iglesia, como si estas fueran totalmente ajenas, y aun contrarias por naturaleza, al carisma. Esa negación práctica de la dimensión pneu­mática de la Iglesia institucional tampoco ayuda a construir una eclesio­logía de comunión que haga más creíble y estimulante nuestra misión evangelizadora.

PARA LA VIDA:
  1. ¿Nos hemos encontrado alguna vez con expresiones que muestran vergüenza de la Iglesia?. ¿En qué observamos que se basan esas expresiones que manifiestan un fuerte interés por mostrarse "aparte" de la Iglesia?.
  2. Consultemos lo que dice el libro de los Hechos de los Apóstoles capítulo 2, el cual  nos habla del acontecimiento de Pentecostés, de la transformación que aquella primitiva Iglesia experimentó gracias a Él y de cómo vivía entre sí aquella Comunidad. Después de leerlo pensemos:
    • ¿Acaso a partir de aquel instante los Apóstoles se convirtieron en seres perfectos?, ¿más nunca hubo diferencias entre ellos?.
    • ¿Qué marcó pues la diferencia entre la experiencia de aquella comunidad antes de recibir el Espíritu Santo y la experiencia que obtuvieron después?.
    • ¿Qué enseñanzas fundamentales encuentras en ese capítulo 2 del libro de los Hechos de los Apóstoles y que podríamos aplicarnos todos?.
  3. ¿Qué actitud te propones adoptar a partir de ahora para contigo mismo en relación con la Iglesia y con el Espíritu Santo que habita en ti desde el Bautismo y anima a toda la Iglesia?. ¿A qué puedes comprometerte en concreto para hacer efectiva esa actitud? (un compormiso real es aquél que se puede revisar: es algo que sucede en un momento y un lugar concretos).

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