Me resulta muy difícil expresar con palabras todo lo vivido, observado, experimentado y reflexionado durante estos 10 días en Senegal… Un pequeño grupo de 9 personas recorriendo calles, barrios, proyectos sociales, especialmente los relacionados con la inmigración y visitando lugares en los que se respira la memoria histórica, ésa que debemos conocer, comprender y palpar para que jamás se repita.
Allí descubrimos que lo que nosotros, los europeos, necesitamos aprender de África, de sus gentes, de su forma de vida, de sus costumbres y de sus valores es mucho más importante que lo que África pueda necesitar de Occidente. Aprendimos que es fundamental abrir nuestra mente y ampliar nuestra mirada para poder comprender realmente que la nuestra no es la única perspectiva y ni siquiera la más válida. Que es urgente cambiar el foco para apreciar de verdad los vivos colores que reflejan la pureza y la autenticidad de sus costumbres.
Aprendimos que Senegal es la resiliencia de un pueblo que se levanta tras ser expoliado. Senegal es una sociedad que cree en el sentido del humor como el mejor aliado para la convivencia pacífica entre las múltiples etnias que existen en la zona. Allí, la constante llamada a la oración durante todo el día y la madrugada es un símbolo de la genuina capacidad de este pueblo para convivir con respeto y armonía durante siglos entre las diferentes religiones que coexisten en el país. Senegal es ritmo en estado puro al compás de los yembés como banda sonora de su día a día. Senegal es infancia: niños por todas partes, moviéndose con libertad, niñas que saben jugar. Senegal es una sociedad que baila y se mueve con el ritmo en su ADN.
Y es cierto, “en Senegal está todo por hacer”. Este era el mantra que nos venía constantemente a la cabeza cuando paseábamos por cualquiera de sus calles; ausencia de aceras, calles de tierra, una deficitaria recogida de basuras, casas sin agua corriente, niños sin escolarizar, una sanidad precaria, la dolorosa ausencia de conciencia ecológica…
¿Y Europa?… Europa está perdiendo el alma… La soledad, el individualismo, la indiferencia, el egoísmo, la pérdida de contacto con la naturaleza, con los que nos rodean e incluso con el propio cuerpo…
Paseando por las calles de Senegal no sólo descubrí pobreza. También pude darme cuenta de que allí no hay nadie solo. Todos tienen un techo donde pasar la noche. La educación de los niños es cosa de todos. Un éxito es éxito de toda la comunidad y un fracaso es también fracaso y vergüenza para todos. Y es que la vida se hace en comunidad. En Senegal comprendí por fin el verdadero sentido de lo que significa COMUNIDAD. La soledad y el individualismo, los grandes males de nuestras sociedades, supuestamente avanzadas, no existen en Senegal.
Y yo, en medio de toda esta experiencia de ritmo, pobreza, color, calor y caos, me llevo una gran enseñanza que cabe en un pequeñísimo gesto, algo que podría pasar casi desapercibido pero que a mí me provoca una inmensa alegría. Me llevo “la mirada”. La conexión de persona a persona. Porque allí la gente sí se mira y dedica a la persona con la que se cruza un momento para acogerlo, para saludarlo, para desearle de corazón un buen día. Tienen tiempo para conectar con el otro con alegría y autenticidad. En este simple y aparentemente insignificante gesto se hace realidad la Teranga, la capacidad de acogida, hospitalidad y generosidad que caracteriza y de la que se enorgullece con razón el pueblo senegalés.
“Ustedes tienen los relojes… Nosotros tenemos el tiempo”
Gara Rodríguez Gutiérrez
garamta1@gmail.com
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