La muerte de Jesús de Nazaret fue un asesinato, como consecuencia de su compromiso solidario con los últimos de este mundo, para liberar a los oprimidos de la opresión y liberar a los opresores de oprimir, por una vida digna para todos.
Autores del crimen: La "autoridades" religiosas y políticas de Jerusalén.
La religión de Jesús no fue una religión de religiosidad y de ritos, sino de compromiso liberador de los oprimidos.
Pero en muchos lugares hemos convertido la Semana Santa en una especie de tragicomedia de imágenes sangrantes y llorosas con gran formato de ropajes, capuchones, películas, procesiones, tambores y teatros, la gran mayoría sin acordarnos para nada del Cristo crucificado en los crucificados de nuestro tiempo, como los más de 20.000 que mueren todos los días de hambre (la guerra que más mata), o víctimas de injusticias, abusos, violencias, enfermedades curables...
Concretamente las procesiones de Semana
Santa en los países desarrollados apenas hacen otra cosa que alimentar
sentimentalismos, exhibiciones, turismo y presunciones, con gastos cuantiosos
en imágenes, ropajes, músicas, viajes, turismo, etc. mientras Jesucristo está
siendo crucificado y asesinado en millones de crucificados y asesinados en los
países empobrecidos: todo eso es completamente contrario al mensaje de Jesús y
no tiene nada que ver con lo que fue la realidad de su vida, sobre todo desde
el Domingo de Ramos al Domingo de Pascua y con el mensaje que El quiso
transmitirnos.
Hemos oído decir muchas veces que Jesús
murió por nuestros pecados, que gracias a su muerte hemos sido redimidos, que
El reparó a Dios el daño que le causan nuestros pecados, que con su muerte
reparó el pecado de Adán, que Dios tanto amó al mundo que entregó a su Hijo a
la muerte, que incluso Dios quiso la muerte de su Hijo por nosotros, etc.
Incluso en la liturgia de la Vigilia Pascual se lee que fue necesario el pecado
de Adán, y ¡feliz la culpa que mereció tal Redentor!.
- ¿Qué clase de Dios es ese que se ve dañado o simplemente afectado por nuestros pecados? Si nosotros somos casi tanto como nada, ¿cómo es posible que lo que hacemos impacte de esa manera en Dios?.
- ¿Qué clase de Dios es ese que necesita ser reparado nada menos que por la muerte de su propio Hijo?.
- ¿Cómo pudo haber querido Dios la muerte de su mismo Hijo, una muerte tan llena de escarnio, de violencia, de tortura, de sufrimiento tan horrible, para acabar clavado de pies y manos, crucificado, si El mismo dice en Mateo 17,5: “este es mi Hijo amado en quien me complazco, escuchadle”?. La crucifixión fue invento de los persas, importado al Imperio Romano por Roma.
- ¿Cómo pudo Dios haber querido entregar a su Hijo a la muerte por nosotros?. ¿Acaso Dios quiere más a los hombres que a su propio Hijo?. ¿Acaso Dios no tenía otra solución para redimirnos que mandar a la muerte a su Hijo?.
- Jesús presenta en el Evangelio a Dios como un Padre que nos quiere entrañablemente (Parábola del Hijo prodigo). Jesús aparece a lo largo de los Evangelios hablando con el Padre de tú a tú, con total confianza. Si Dios nos quiere tanto a nosotros, ¿cómo no va a querer por lo menos igual a su propio Hijo?.
Vamos a ver la pregunta clave: ¿Cómo y
por qué murió Jesús?.
Jesús murió de una manera mucho más sencilla, pero lógica, que todo eso. Jesús murió asesinado. Su muerte fue un asesinato. Fue la ejecución de un condenado injustamente por los opresores por haberse puesto de parte de los oprimidos: Hoy cuando alguien se enfrenta a los poderes absolutos del dinero o del poder político y a veces al poder religioso, precisamente porque esos poderes actúan en contra del ser humano, antes o después acaba asesinado.
Así pasó a lo largo de la historia miles de veces: les pasó a los primeros cristianos que se enfrentaron al poder de Roma, así les pasó a las víctimas de la Inquisición, así les pasó más recientemente a Gandhi, Martín Luther King, a Oscar Arnulfo Romero, a los Jesuitas de la UCA, al obispo Gerardi, a Rutilio Grande.Jesús se proclamó portador de un mensaje de Justicia (“dichosos los que tienen hambre y sed de Justicia”), de un mensaje de igualdad y fraternidad (“a nadie llaméis señor sobre la tierra, todos vosotros sois hermanos”), un mensaje de amor (“este es mi mandamiento, que os améis unos a otros”), un mensaje de compromiso con los pobres (“dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de los Cielos”), un mensaje en contra de la riqueza y los ricos (“no podéis servir a Dios y al dinero, ¡ay de vosotros los ricos!”). El historiador romano Tácito, cuando narra la persecución de los cristianos bajo Nerón, dice que el nombre de "cristianos" "procede de Cristo, que, bajo el principado de Tiberio, había sido entregado al suplicio por el procurador Poncio Pilato", presionado totalmente por las autoridades religiosas y políticas de Jerusalén (Consejo de Ancianos, los Sumos Sacerdotes, los Escribas, los Fariseos, la guardia del templo, etc.), con las cuales se había enfrentado Jesús muy duramente porque “imponían grandes cargas al pueblo y ni un dedo ponían para llevarlas”, que instigaron a su gente para que pidiera la crucifixión de Jesús, una pena que Roma imponía a los esclavos.
Este mensaje de Jesús iba abiertamente
en contra de los poderes constituidos religioso- políticos, que oprimían al
pueblo judío con leyes y ritos muy onerosos, e impuestos a pagar al César
romano, ya desde la infancia, y que tenían su sede en Jerusalén, que ni
asimilaron ni mucho menos soportaron este mensaje que Jesús practicaba y
enseñaba, porque era totalmente contrario a sus intereses: se dieron cuenta muy
claramente que Jesús estaba abriendo los ojos al pueblo, que el pueblo seguía a
Jesús, y que el pueblo se iba a volver contra ellos; por eso se reunieron en el
palacio del Sumo Sacerdote y resolvieron apoderarse de El para darle muerte,
porque, según ellos, alborotaba y soliviantaba al pueblo (Lucas 23,2-5 y Mateo
26, 3-4). Los asesinos de Jesús pensaron que matándolo a El mataban su mensaje
y sus ideas, pero los mensajes y las ideas no se matan matando al mensajero.
Jesús sabía perfectamente qué era lo que
Dios esperaba de El: un compromiso de liberación integral del hombre, de
liberación de la humanidad, de liberación de los oprimidos. Jesús se daba muy
bien cuenta de que esa línea de compromiso le llevaba directamente a la muerte:
tres veces se la predice a los discípulos. Jesús veía con claridad que los
poderes constituidos lo detestaban cada vez más, lo odiaban, lo andaban buscando
para darle muerte. Jamás se le ocurrió echar a Dios la culpa de todo esto.
El gran valor, el extraordinario valor
de Jesucristo, es que, dándose plenamente cuenta del destino fatal que le
espera y les anuncia por tres veces a sus seguidores, sigue adelante. El sí
sabe muy bien que no debe claudicar, El sabe muy bien que la voluntad de Dios
es que no se eche atrás. El tiene muy claro: “yo he venido para que todos
tengan vida y vida más que abundante” (Juan 10,10). Hay un momento en que lo ve
tan duro, tan horrible, y siente una tristeza de muerte, que se dirige a Dios
como Padre, como a su propio Padre, y le dice: “Padre mío, si es posible que
pase de mí este cáliz (este sufrimiento tan grande), pero que no se haga como
yo quiero, sino como quieres tu” (Mateo 26,38-39). La voluntad del Padre era
que Jesús no claudicase, que no huyese como el pastor que ve venir al lobo,
deja solas las ovejas y huye. Si hubiera fallado no estaríamos ahora
escribiendo estas líneas, su gran mensaje hubiera quedado en nada o casi nada.
En todo caso no es la muerte de Jesús la que nos libera, sino el testimonio de su compromiso liberador para que nosotros sumemos nuestro compromiso al suyo, y así todos con El vayamos liberando al mundo a lo lardo de toda la historia, de todos los tiempos, llevando cada vez a más plenitud su obra liberadora del mundo. Lo que verdaderamente nos da liberación definitiva, la plenitud de la salvación, es la Resurrección de Jesús por la que El llega a la Vida plena para que nosotros lleguemos a la plenitud de Vida con El.
La religión de Jesús no era una religión de religiosidad y de ritos. Nunca entró en el templo a nada de esto. No fue un sacerdote ritual. Fue un laico de su tiempo comprometido con el pueblo. Su religiosidad era de compromiso con el pueblo, especialmente con los oprimidos y su liberación. Los Evangelios nos muestran cómo su vida está entretejida de continuos actos de liberación: curación de enfermos, alimentación de los hambrientos, consuelo de los afligidos, rehabilitación de los débiles y marginados: esto lo anuncia y lo hace: “Id a decir a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los sordos oyen, los leprosos quedan limpios…").
Si creemos que Jesús es Hijo de Dios, y
que Dios es el Padre más Padre de verdad, lo lógico es que después de un
compromiso tan radical y absoluto de Jesús, busque rehabilitarlo, busque
plenificarlo, busque su vida plena y total: es la Resurrección, el retorno a la
vida en plenitud total y absoluta. Es lo más lógico, como haríamos nosotros por
una persona que lo ha dado todo. Jesús quiso ser coherente con su mensaje hasta
el final, hasta sellarlo con su misma sangre, con su misma muerte.
Faustino Vilabrille
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(CONTINUARÁ)
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