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Tiempo ordinario – A (Mateo 5,38-48)
Evangelio
del 23 / Feb / 2020
Es
innegable que vivimos en una situación paradójica. «Mientras más aumenta la
sensibilidad ante los derechos pisoteados o injusticias violentas, más crece el
sentimiento de tener que recurrir a una violencia brutal o despiadada para
llevar a cabo los profundos cambios que se anhelan».
Así decía hace unos años, en su documento final, la Asamblea General de los Provinciales de la Compañía de Jesús.
Así decía hace unos años, en su documento final, la Asamblea General de los Provinciales de la Compañía de Jesús.
No
parece haber otro camino para resolver los problemas que el recurso a la
violencia. No es extraño que las palabras de Jesús resuenen en nuestra sociedad
como un grito ingenuo además de discordante: «Amad a vuestros enemigos, haced
el bien a los que os aborrecen».
Y, sin
embargo, quizá es la palabra que más necesitamos escuchar en estos momentos en
que, sumidos en la perplejidad, no sabemos qué hacer en concreto para ir
arrancando del mundo la violencia.
Alguien
ha dicho que «los problemas que solo pueden resolverse con violencia deben ser
planteados de nuevo» (F. Hacker). Y es precisamente aquí donde tiene mucho que
aportar también hoy el evangelio de Jesús, no para ofrecer soluciones técnicas
a los conflictos, pero sí para descubrirnos en qué actitud hemos de abordarlos.
Hay una
convicción profunda en Jesús. Al mal no se le puede vencer a base de odio y
violencia. Al mal se le vence solo con el bien. Como decía Martin Luther King,
«el último defecto de la violencia es que genera una espiral descendente que
destruye todo lo que engendra. En vez de disminuir el mal, lo aumenta».
Jesús
no se detiene a precisar si, en alguna circunstancia concreta, la violencia
puede ser legítima. Más bien nos invita a trabajar y luchar para que no lo sea
nunca. Por eso es importante buscar siempre caminos que nos lleven hacia la
fraternidad y no hacia el fratricidio.
Amar a
los enemigos no significa tolerar las injusticias y retirarse cómodamente de la
lucha contra el mal. Lo que Jesús ha visto con claridad es que no se lucha
contra el mal cuando se destruye a las personas. Hay que combatir el mal, pero
sin buscar la destrucción del adversario.
Pero no
olvidemos algo importante. Esta llamada a renunciar a la violencia debe dirigirse
no tanto a los débiles, que apenas tienen poder ni acceso alguno a la violencia
destructora, sino sobre todo a quienes manejan el poder, el dinero o las armas,
y pueden por ello oprimir violentamente a los más débiles e indefensos.
José
Antonio Pagola
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