"El
mejor regalo es estar aquí.
El
mejor regalo es poder ver, oir, respirar, hablar y escuchar.
Es
poder sentir, amar y ser amados.
El
mejor regalo es entender que todo en la vida es un don que por serlo tiene
vocación de ser compartido, incluso partido para poder dar vida, entregado
incondicionalmente.
El
mejor regalo no es el obsequio material, sea el que sea, sino las manos que nos
lo acercan.
El
mejor regalo ahora mismo es nuestra presencia y sobre todo Aquél que la hace
posible".
A
celebrar el don de la vida.
Un
grupito de 11 personas, entre adultos y niños, salimos el sábado 7 de enero a las 9'30 de la mañana a
poner en práctica esta pequeña oración que abría este artículo. El marco
elegido era, como no podía ser de otro modo, la naturaleza exuberante del
macizo de Anaga y sus incomparables vistas que como ventanas abiertas a su entorno
nos ofrecían constantemente la perspectiva de todo nuestro mundo en todo su
esplendor.
El “Proyecto
Xerco” adoptó en esta marcha la finalidad de CELEBRAR LA VIDA y el gran regalo
y enseñanza que ésta nos aporta inmensamente superior a todos los “regalos de
Reyes” ante esto… clarísimamente minimizados. Los niños no echaron en falta en
momento alguno ninguno de esos regalos materiales, más bien disfrutaron de esas
horas en las que los caminos se convirtieron en oportunidad para la observación,
contemplación de una naturaleza que como libro abierto nos iba mostrando una
repetidísima enseñanza que a menudo ignoramos casi por costumbre.
Somos
parte de cada parte y somos parte del todo.
En la
laurisilva de Anaga se comprueba cómo los árboles hunden sus raíces entre las
grietas de peñascos buscando en ellos su estabilidad (no hay superficie, no hay roque o pared vertical del que no brote algún brezo, verode,... y su suelo apenas cubierto por una ligera capa de tierra abrigada por una esponjosa capa de hojas y ramas secas se convierte en universo de vida para
pequeños invertebrados, insectos de todo tipo, caracoles,… mientras sus ramas
se ven entrelazadas constantemente con el resto de los árboles y arbustos (fayas, tilos, naranjeros salvajes, adernos,...) como apoyándose unos a otros y sostenerse ante los embates del viento; los
musgos colgantes que envuelven sus troncos parecen paños de seda al viento y
las helechas gigantes, verodes, violetas de Anaga,… visten de mil colores y tonos
de verde vaguadas, laderas, llanitos y hasta los riscos más empinados; el canto
de los pajarillos que buscan su sustento en éste su hábitat natural contribuyen
a completar junto con los rayos del sol provocando dinámicos cuadros de luces y
sombras con el sonido de las hojas movidas al viento… una sinfonía aún hoy
imposible de reproducir por las hechuras humanas.
Ni un
simple escarabajo, ni la hoja diminuta de un brezo caída al suelo, ni la más pequeña
flor,… sobran en este entorno: todo tiene su función, todo cumple una tarea,
todo es dador de vida, todo es en sí un auténtico universo y es parte de él.
Es
imposible caminar por estos senderos sin dejar de sentir cómo todo esto nos
habla de Dios.
Estamos
llamados a la fraternidad universal.
El
grupo Xerco es ya una muestra de ello: no confesamos todos la misma religión,
creencia o increencia; tampoco somos adultos ni todos niños o jóvenes (las edades
también son muy diversas); hay diversidad de estaturas, pesos, color de piel,…;
unos tienen gran facilidad para caminar y hasta para saltar o correr, mientras
otros… es casi un milagro verles cómo empiezan y acaban cada marcha porque
según su salud física no debieran ni dar un paso… pero no se pierden ni una de
las caminatas que conjuntamente organizamos cada mes; hay adultos solteros,
otros casados… o separados; unos trabajan en unas cosas otros en otras o en el
paro o ya jubilados;…
Pero
nos une el regalo de la vida, el regalo de nosotros mismos que lo somos -a
ejemplo de la naturaleza- para todos los demás también.
Así en
la Tierra como en el Cielo.
La
experiencia que se vive en el Proyecto Xerco nos acerca a la evidencia de que
es bien cierta la frase “hágase tu voluntad así en la Tierra como en el Cielo”.
Así como es Dios, así estamos llamados a ser nosotros; así como son y se
relacionan sus obras, así está configurada también nuestra especie: no para la
autocomplacencia sino para la donación (las flores se abren, dan su aroma al
viento, ofrecen sus colores,… no para competir con las demás… sólo se dan, se
dan y se entregan abiertamente hasta morir para dar lugar al fruto).
Como
decía mi amigo y hermano Juan, “la Última Cena –lo que ahora revivimos en cada
Eucaristía- es sólo la expresión de lo que la naturaleza lleva enseñándonos
durante miles de millones de años: se da, se parte y se entrega y dando su vida
da vida nos da la VIDA a nosotros. Las células para reproducirse se parten, se
trocean a sí mismas,… y así generan vida”.
En las marchas
del Proyecto Xerco no buscamos cumplir horarios ni alcanzar planes
preestablecidos a rajatabla; sencillamente disfrutamos del trayecto sin
velocidades, sin obsesión por “lo previsto”, adaptándonos a lo que el grupo ese
día es así como también nos adaptamos al tiempo, a la orografía del terreno, al
cuidado que hemos de poner en cada paso.
No
competimos ni guardamos nada para uno mismo: todo lo compartimos. Cuando un
miembro tiene dificultades para caminar nos convertimos en cayado a su lado;
cuando alguien tiene sed y su botella está vacía halla las de todos los demás;
cuando alguno se siente molesto por algo experimenta enseguida el afán del
resto por ayudar a superar ese momento;…
Pues
como Él nos enseña, no estamos hechos para competir unos contra otros, estamos
hechos para caminar juntos el sendero de la vida, compartiendo desde la
sencillez, pisando el mismo suelo y con los mismos medios, viviendo la
donación, la solidaridad, la atención a las necesidades del otro,… y gozando,
disfrutando del trayecto, de cada paso, de cada respiro y latido del corazón
pues hasta en lo más pequeño, en lo más aparentemente insignificante, hay un
universo por descubrir y del que podemos aprender.
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