Del Evangelio de San Mateo 25, 34: “Venid benditos de mi Padre a tomar posesión del Reino... porque estuve en la cárcel y fuisteis a verme... Cuando lo hicisteis a uno de estos hermanos míos a mi me lo hicisteis”.
Cuenta la tradición que allá por el año 1218 la Virgen se apareció simultáneamente al rey Jaime I de Aragón, a San Raimundo de Peñafort y a San Pedro Nolasco, encargándoles la liberación de los cristianos que estaban en poder de los musulmanes. Es el comienzo de la Orden de los Mercedarios que fue fundada en un principio para la redención de cautivos, porque eran tiempos en que los musulmanes saqueaban las costas y llevaban a los cristianos como esclavos a África. La horrenda condición de estas víctimas era indescriptible. Muchos perdían la fe pensando que Dios les había abandonado. Pedro Nolasco era comerciante y decidió dedicar su fortuna a la liberación del mayor número posible de esclavos. A tal efecto funda un grupo, cuyos frailes en 1272 toman el nombre de La Orden de Santa María de la Merced para la redención de los cautivos, o Mercedarios. La advocación de Santa María de la Merced da nombre a miles de instituciones sobre todo en España e Hispanoamérica.
La evolución de los tiempos y sus circunstancias llevó a la Orden a actualizarse y adaptarse a las nuevas cautividades propias de nuestro tiempo. Y por eso en las Constituciones de la Orden, actualmente en vigor, de 1986 se dice: "Las nuevas formas de cautividad, constituyen el campo propio de la misión y cuarto voto mercedarios, que se dan allí donde hay una situación social en al que concurren las siguientes condiciones:
- Es opresora y degradante de la persona humana;
- nace de principios y sistemas opuestos al evangelio;
- pone en peligro la fe de los cristianos; y
- ofrece la posibilidad de ayudar, visitar y redimir a las personas que se encuentran dentro de ella."
Se preguntan así mismo de qué manera el hacinamiento en reclusión ayuda o anula la reinserción social, y si para contrarrestarlo es posible la aplicación de penas alternativas que impidan a los que delinquen por primera vez, tener que pagar con reclusión penas menores.
En su opinión deben instrumentarse políticas públicas proactivas y preventivas que permitan evitar que los jóvenes delincan, abriendo espacio de posibilidades educativas, laborales y sociales.
Muchas personas juzgan a quienes están en la cárcel muy peyorativa e injustamente. No se dan cuenta de que las cárceles son fruto de la sociedad injusta, desigual e insolidaria que hemos creado. No nos paramos a analizar qué hay detrás de cada persona y de cada vida rota, que muchas veces es una cadena de desastres continuados, de familias rotas, divididas, minadas por la miseria, de padres despreocupados e irresponsables; o que fueron engañados y explotados, ya de adolescentes, por traficantes de la droga, que los llevaron a engancharse ingenuamente a ella sin saber lo que hacían, con una dependencia tan grande que les lleva a delinquir cada vez más para satisfacerla y de ahí a la cárcel.
Luego está el Estado y la cárcel en sí misma que deberían tener como prioridad absoluta la reinserción del recluso. Y estamos toda la sociedad que debemos luchar por un orden social nuevo que impida que nadie quede tirado en la cuneta de la vida, y entre tanto, cuando salen de la cárcel, deberíamos acogerlos, apoyarlos, fortalecerlos, darles oportunidades para emprender una nueva vida, pues de no ser así fácilmente pueden volver de nuevo al camino de la perdición. Por desgracia la reciente Reforma del Código Penal español recoge un aumento generalizado de las penas que afectan a la pequeña delincuencia, la de los empobrecidos, pues para los grandes hay amnistías.
Jesús a los encarcelados les llamó “hermanos”, y ¿nosotros?.
PARA AMPLIAR NUESTRA REFLEXIÓN:
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