Continuación de: T.L.: Ayer maldita y perseguida, hoy bendita y elogiada (I).
La novedad de la teología de Liberación.
Es ahora cuando, después de lo mucho que se la difamó, considero
esencial señalar lo más básico de la Teología de la Liberación.
• La Teología de la Liberación surge de las necesidades de un mundo
mayoritariamente pobre y oprimido y al que quiere liberar desde la fe. Incluye negativamente
una liberación del pecado, de la esclavitud y de la muerte y positivamente
una liberación centrada en el Reino de Dios, en la creación de un hombre nuevo
y en la consumación de la historia. Liberar es la finalidad última de la
teología de la Liberación, con lo que deslegitima el ataque que la
Ilustración siempre lanzó contra la teología de ser esclavizadora de la
subjetividad y libertad humanas y legitimadora de la opresión histórica. La
Teología de la Liberación se mueve sobre la necesidad absoluta de liberar a la
realidad oprimida, a los pueblos que mueren lentamente o son crucificados, a
las personas y pueblos que son oprimidos. Y tiene como destinatario
a esa gran mayoría en cuanto no-hombres y en cuanto no-pueblos.
• La Teología de la Liberación hace hincapié en la liberación del otro y
de lo otro, a diferencia de la teología europea que se centra en el propio
sujeto creyente; habla del Reino de Dios como referente y medida de la
transformación que hay que realizar en este mundo y afirma además que tal
Reino es para implantarlo ya en este mundo y lograr así que la vida de los
pobres llegue a ser realidad.
• La Teología de la Liberación tiene como fuente de conocimiento la
revelación de Dios en la Escritura, la Tradición eclesial y el Magisterio
de la Iglesia. Pero, también y previo a la revelación de Dios en los
textos, existe la real revelación de Dios en la historia, del pasado y
del presente. Dios sigue manifestándose en los llamados signos de los
tiempos: “La miseria colectiva que clama al cielo y el anhelo de liberación
de todas la esclavitudes”, fue sancionado por el Episcopado
Latinoamericano (Medellín 1968) como uno de esos signos.
• En esta línea, la revelación de Dios se halla sobre todo en la
respuesta que los fieles, con su praxis, dan a esa revelación a través del
seguimiento de Jesús, de la misericordia, la defensa de la vida, etc. Hacer
todo esto, “Significa asumir dentro del conocimiento la dialéctica del mismo
Dios en cuanto encarnado en la historia, privilegiadamente en Jesucristo;
significa que Dios no es puramente alteridad trascendente con respeto a la
historia sino que se da él mismo a la historia” (J. Sobrino).
• La Teología de la Liberación no se contenta con que la inteligencia se reduzca a la captación del sentido del ser: “La inteligencia en este quehacer teológico tienen una triple dimensión: el hacerse cargo de la realidad, el cargar con la realidad y el encargarse de la realidad” (Ignacio Ellacuría).
Conocer es estar en la verdad de las cosas y para estar en la verdad de
las cosas hay que encarnarse en la verdad de la realidad, dejar que hable y
dejarse afectar por ella, lo cual lleva a utilizar los conocimientos
necesarios: científicos, filosóficos, ético-sociales, etc.
Pero, y además, encarnarse en la realidad es encarnarse en
el mundo de los pobres, lo que exige ser parcial. Y si es
cierto que ningún lugar parcial es la totalidad, cada vez se
demuestra con mayor claridad que desde los pobres, desde el Tercer Mundo, se
conoce mejor la totalidad que desde su contrario: “Desde el Tercer Mundo se
conoce la verdad de éste y se descubre mejor la verdad del primero; lo cual no
acaece a la inversa” (J. Sobrino). Convéncete, me decía Casáldaliga en
una entrevista: “Sólo en la medida en que el Primer Mundo deje de ser
Primer Mundo podrá ayudar al Tercer Mundo. Para mí esto es dogma de fe. Si el
Primer Mundo no se suicida como Primer Mundo, no puede existir “humanamente” el
Tercer Mundo. Mientras haya un Primer Mundo habrá privilegio, exclusión,
dominación, lujo y marginación. Si vosotros en el Primer Mundo no resolvéis ser
un Mundo humano, nosotros no podemos serlo”.
• La Teología de la Liberación confiere un determinado talante a
quienes se guían por ella y no debiera faltar en ningún otro tipo de teología.
Este tipo de teología está siempre dispuestas a verificar si se hace con
fidelidad a lo revelado por Dios y si produce en el pueblo de Dios lucidez y
ánimo para la construcción de su Reino. Si una teología produce desinterés por
el Evangelio y se hace incomprensible a las mayorías debe cambiar. Nunca un
método del quehacer teológico puede absolutizarse, sino que deber estar abierto
al cambio.
La Teología de la Liberación debe ser servicio para la liberación
histórica y transcendente, y esto le hace convertirse en práctica de
amor, como debe serlo todo quehacer cristiano. La teología debe ser compasiva y
desde la compasión descubrir las causas que a tantos empobrecen y los hace
sufrir, y buscar creativamente soluciones, por lo que, introducida en los
conflictos de la historia, se enfrentará a las falsas divinidades y
difícilmente podrá escapar a la persecución de los poderes de este mundo.
Esta teología debe hacerse dentro del pueblo de Dios, en relación y solidaridad con todos sus estamentos, de él recibirá ayuda y con él, y en medio de él, podrá responder a los problemas reales. Si la Iglesia es Pueblo de Dios y es una Iglesia de los pobres debe ejercer su responsabilidad en medio de ella.
La teología de la Liberación, poseída por el espíritu de las
Bienaventuranzas, será profundamente espiritual, misericordiosa, limpia de
corazón, creativa, motivadora de oración, de confianza y disponibilidad, hasta
adentrarse en el misterio de Dios.
Y, finalmente, junto al rigor de su método, avanza con esos ojos nuevos,
que recibe del compartir con los pobres. Sólo así puede tocar lo más sagrado
que es experimentar a Dios, su Reino y a Jesús como buenos, buenos para el
hombre y la historia, buenos porque humanizan y salvan, buenos sobre todo
para los pobres y su liberación.
La Teología de la Liberación de la Periferia, frente a la Teología del
Centro.
Se había establecido un Orden socioeconómico y político mundial de
acuerdo a las leyes del más fuerte, consagrado éticamente y bendecido por
la voluntad de Dios. De esa manera, ese Orden quedaba consolidado en países
tradicionalmente cristianos y obtenía legitimidad de la teología oficial. Cualquier
intento de cambio era considerado sacrílego.
Externamente los centros financieros y políticos no dudaban en
apropiarse de esta Teología que en nada los cuestionaba, fomentaba la
resignación y mostraba las desigualdades sociales y los males como
pruebas mandadas por Dios para santificarse y acumular méritos para el cielo.
Una teología ésta, indiferente, que enaltecía la gloria de Dios y, a
la par, justificaba la conculcación de los derechos humanos y en especial de
los más pobres.
En 1984, 32 teólogos de la revista europea Concilium,
escribieron: “La Teología de la Liberación busca afrontar el
problema de los oprimidos a la luz de la fe y promover su liberación integral.
Sabemos que existen grupos integristas o neoconservadores que al rechazar un
cambio social y pregonar una religión que pretende ser apolítica, luchan contra
los movimientos de liberación y defienden una línea que es, de hecho, una
ofensa contra los pobres y oprimidos. Un signo de fecundidad del
Evangelio es hoy el hecho de que el mensaje cristiano sea vivido en
contextos diferentes y de diversas maneras. Nuestra revista Concilium se
manifiesta solidaria con los teólogos de la liberación no sólo en cuanto a su
pensamiento teológico sino en cuanto a sus compromisos concretos. Creemos que
en los movimientos y teólogos de la liberación se decide de alguna manera el
futuro de la Iglesia, la llegada del Reino de Dios y el juicio de Dios sobre el
mundo”.
En el mismo año 1984, 40 teólogos españoles de la Asociación Juan XXIII escribían: “Compartimos con los teólogos de la liberación la tarea de elaborar en la “óptica del pobre” una reflexión cristina rigurosa, una espiritualidad del seguimiento de Jesús , una Iglesia comunitaria y una acción pastoral solidaria con los desheredados de la tierra en el interior de un pluralismo de opciones que no rompe con la comunión eclesial”.
Por supuesto, de estos movimientos de liberación y de sus comunidades de
base surgía un nuevo impulso de reforma y una nueva teología que ponía en
cuestión el quehacer teológico tradicional. “La teología que se forma dentro de
este impulso y que los sustenta no se presenta en contra de la autoridad de la
Iglesia, sino bajo la autoridad del Espíritu… En el seguimiento al Hijo del
Hombre, aquellos que han vivido hasta ahora “como si fueran hijos de
nadie” se convierten en sujetos en el resplandor de Dios” (Johann Baptist Metz).
El ensimismamiento de la Iglesia en sí misma, acompañado de una teología
indiferente ante el dolor y esclavitud de mayorías, desarrollaba
continuas y pomposas ceremonias religiosas, orientadas a asegurar el negocio de
la propia salvación; enarbolaba preceptos, doctrinas, leyes y dogmas que se
habían de saber de memoria; promovía rezos y misas interminables, pero todo a
la postre quedaba como obras piadosas, sin plantear para nada lo que la
vida de Jesús pedía denunciar y hacer en cada lugar y momento de la sociedad.
Esperamos que cuantos por ignorancia u otras causas abominaron de la
teología de la liberación, se abran a ella y se dejen convertir como lo hizo el
actual Prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, Gerhard Müller:
“ La teología de la liberación está unida para mí al rostro de Gustavo
Gutiérrez, a su enseñanza y al encuentro vivo con los pobres; con él
experimenté un giro decisivo en mi enfoque teológico. El nos enseñó que aquí se
trata de teología y no de política, de un programa práctico y teórico que
pretende comprender el mundo, la historia y la sociedad y transformarlos a la
luz de la propia revelación sobrenatural de Dios como salvador y
liberador del Hombre. La teología de Gustavo Gutiérrez, independiente del
ángulo desde el que se mire, es ortodoxa porque es ortopráctica y nos
enseña el adecuado actuar cristiano porque procede de la verdadera fe”.
Benjamín Forcano es sacerdote y teólogo claretiano.
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