La corrupción no es una desviación aislada ni un problema puntual. Es, ante todo, una herida estructural que hiere el tejido social, destruye la confianza en las instituciones y socava los fundamentos éticos del orden político. Como Comisión General Justicia y Paz alzamos la voz con serenidad y firmeza, animando a la ciudadanía y a las instituciones a emprender un camino de conversión hacia la verdad, la justicia y el bien común. Por ello, proponemos:
1.
Intervenir en el origen de la corrupción: la apropiación del bien común.
Toda
corrupción nace de una lógica perversa: la privatización del bien común en
beneficio de intereses particulares. Lo que es de toda la comunidad es
despojado para enriquecer a una minoría. Esta lógica es contraria a la justicia
y al espíritu del Evangelio: «Todos los creyentes vivían unidos y lo
tenían todo en común» (Hch 2,44). Donde se pierde el sentido de lo común,
germina la corrupción. No hay corrupción sin un acto previo de apropiación
ilegítima de lo que pertenece a la comunidad.
2.
Alzar la voz contra la corrupción como modus operandi del
orden neoliberal.
En la
configuración neoliberal del mundo, de los populismos totalitarios y los sistemas
que cuestionan la democracia, la corrupción no es excepcional, corre el peligro
de convertirse en un método normalizado de funcionamiento. El actual
neoliberalismo ha reducido la política a gestión económica y ha hecho del lucro
el único criterio de acción. Este modelo convierte la competencia en dogma, y
en ese marco, la corrupción se presenta como un atajo eficaz. Así se
institucionaliza un orden que favorece al más fuerte, legitima el abuso del
poder y transforma el fraude en eficiencia.
3.
Visibilizar el servicio de la política al bien común.
La
corrupción es la negación radical de la política como servicio a la
polis, a la comunidad. En su sentido más noble, la política busca el bien
común, pero la corrupción la pervierte hasta convertirla en una lucha por
privilegios y prebendas. Más aún, quienes corrompen —ofrecen sobornos,
financian campañas a cambio de favores, diseñan estructuras para eludir el
control, hacen nombramientos discrecionales sin pruebas objetivas ni oferta de
perfiles públicos y transparentes— y las empresas, que se prestan a
"corromper" para medrar y obtener contratos o beneficios, tienen una
responsabilidad mayor que quienes lo sufren. Como afirma Jesús en el
Evangelio: «El que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí,
más le valdría que le colgasen al cuello una piedra de molino» (Mt 18,6).
El escándalo público de la corrupción corroe la esperanza ciudadana.
4.
Conversión social y personal: única vía para erradicar la corrupción.
No se
puede erradicar la corrupción sólo con leyes. Es necesaria una conversión
profunda, tanto personal como social, que devuelva la centralidad a la ética y
al respeto ajeno. Sólo desde una ciudadanía formada en la verdad, la justicia y
la solidaridad podrá construirse una sociedad libre de corrupción. Como exhorta
san Pablo: «No os conforméis a este mundo, sino transformaos por la
renovación del espíritu» (Rom 12,2).
5. Un
llamamiento a la verdad en los medios de comunicación.
Los
medios de comunicación son custodios de la verdad y actores clave en la defensa
del bien común. Sin embargo, cuando se someten a intereses partidistas o
económicos, dejan de servir a la verdad y contribuyen a la desinformación y al
cinismo social. Llamamos al sector profesional de la comunicación a ejercer su
labor con responsabilidad ética, sabiendo que «la verdad os hará
libres» (Jn 8,32), y que la manipulación de la información es también una
forma de corrupción.
6. La
creación de una entidad nacional de vigilancia ética.
Ante la
extensión de prácticas corruptas en múltiples niveles de la vida pública, urge
la creación de una entidad nacional independiente que vigile las prácticas
públicas desde criterios éticos, con capacidad de denunciar y proponer reformas
estructurales. No se trata de crear más burocracia, sino de establecer una
instancia confiable que vele por la justicia, la transparencia y la
responsabilidad institucional.
7. Una
política de distribución justa de la riqueza.
La
corrupción estructural tiene su raíz en la acumulación desmedida de la riqueza,
que genera desigualdad, exclusión y violencia social. Una sociedad que permite
que una minoría lo tenga todo mientras muchas personas carecen de lo necesario,
es terreno fértil para la corrupción. Frente a este modelo, es urgente avanzar
hacia una política redistributiva que garantice la equidad y la dignidad de la
comunidad. Como enseña Jesús: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt
6,24). Servir al dinero lleva a pisotear la vida del entorno; servir a Dios
lleva a compartir, construir y sanar.
En
definitiva, la corrupción es una enfermedad moral, una patología social y una
traición al bien común. Combatirla no es solo una exigencia ética, sino una
condición para la convivencia, la justicia y la paz. Llamamos a todas las
personas, creyentes o no, a unirse en esta tarea de regeneración. Que esta hora
crítica sea también una oportunidad para un nuevo comienzo, basado en la
verdad, la justicia y la fraternidad. Que la esperanza no se extinga y que la
justicia corra como un río inagotable (cf. Am 5,24).
Comisión General Justicia y Paz
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