Bautismo
del Señor – A (Mateo 3,13-17)
Evangelio
del 12 / Ene / 2020
El
encuentro con Juan Bautista fue para Jesús una experiencia que dio un giro a su
vida. Después del bautismo del Jordán, Jesús no vuelve ya a su trabajo de
Nazaret; tampoco se adhiere al movimiento del Bautista. Su vida se centra ahora
en un único objetivo: gritar a todos la Buena Noticia de un Dios que quiere
salvar al ser humano.
Pero lo
que transforma la trayectoria de Jesús no son las palabras que escucha de
labios del Bautista ni el rito purificador del bautismo. Jesús vive algo más
profundo. Se siente inundado por el Espíritu del Padre. Se reconoce a sí mismo
como Hijo de Dios. Su vida consistirá en adelante en irradiar y contagiar ese
amor insondable de un Dios Padre.
Esta
experiencia de Jesús encierra también un significado para nosotros. La fe es un
itinerario personal que cada uno hemos de recorrer. Es muy importante, sin
duda, lo que hemos escuchado desde niños a nuestros padres y educadores. Es
importante lo que oímos a sacerdotes y predicadores. Pero, al final, siempre
hemos de hacernos una pregunta: ¿en quién creo yo?. ¿Creo en Dios o creo en
aquellos que me hablan acerca de él?.
No
hemos de olvidar que la fe es siempre una experiencia personal que no puede ser
reemplazada por la obediencia ciega a lo que nos dicen otros. Desde fuera nos
pueden orientar hacia la fe, pero soy yo mismo quien he de abrirme a Dios de
manera confiada.
Por
eso, la fe no consiste tampoco en aceptar, sin más, un determinado conjunto de
fórmulas. Ser creyente no depende primordialmente del contenido doctrinal que
se recoge en un catecismo. Todo eso es muy importante, sin duda, para
configurar nuestra visión cristiana de la existencia. Pero, antes que eso y
dando sentido a todo eso está ese dinamismo interior que, desde dentro, nos
lleva a amar, confiar y esperar siempre en el Dios revelado en Jesucristo.
La fe
no es tampoco un capital que recibimos en el bautismo y del que luego podemos
disponer tranquilamente. No es algo adquirido en propiedad para siempre. Ser
creyente es vivir permanentemente a la escucha del Dios encarnado en Jesús,
aprendiendo a vivir día a día de manera más plena y liberada.
Esta fe
no está hecha solo de certezas. A lo largo de la vida, el creyente vive muchas
veces en la oscuridad. Como decía aquel gran teólogo que fue Romano Guardini,
«fe es tener suficiente luz como para soportar las oscuridades». La fe está
hecha, sobre todo, de fidelidad. El verdadero creyente sabe creer en la
oscuridad lo que ha visto en momentos de luz. Siempre sigue buscando a ese Dios
que está más allá de todas nuestras fórmulas claras u oscuras. El P. de Lubac
escribía que «las ideas que nosotros nos hacemos de Dios son como las olas del
mar, sobre las cuales el nadador se apoya para superarlas». Lo decisivo es la
fidelidad al Dios que se nos va manifestando en su Hijo Jesucristo.
José
Antonio Pagola
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