martes, 19 de enero de 2016

Mirada de misericordia

El Papa Francisco ha convocado a la Iglesia en este año a “tener la mirada fija en el misterio de la misericordia”, que es la entraña misma de Dios, para dejar que empape nuestra vida, transforme nuestro corazón y nos mueva a ser nosotros también signo de su misericordia (MV 2-3).
Dice José Laguna que la misericordia es “abrazar visceralmente, con las propias entrañas, los sentimientos o la situación del otro”, un amor de absoluta donación, que se vuelca sobre el otro, que desciende a su lugar para abrazar su pobreza, cargarla sobre sí y socorrer su debilidad.
Este es el amor con el que Dios nos ama y que ha manifestado de forma radical en Jesús de Nazaret, identificado en el logo de este Jubileo con el samaritano de la parábola (Lc 10,25-37). En esta reflexión, queremos poner de relieve cómo la profundización en este “misterio de la misericordia” a la que nos invita el Papa puede iluminar y alimentar nuestro compromiso con la Justicia, la Paz y el cuidado de la Tierra, como señala el mismo Francisco en sus textos más significativos.
1. La misericordia nos impulsa a luchar contra la globalización de la indiferencia,  a resistir la anestesia o la sensación de impotencia que puede producir en nosotros la contemplación del sufrimiento masivo de la humanidad. Francisco nos urge a tomar conciencia de nuestra responsabilidad sobre nuestros hermanos y hermanas y a hacer de la solidaridad un programa personal de vida y una cultura social (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2016). “Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privado de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo” (MV 15). A esto nos ha de llevar el seguir a Dios en ese descenso solidario a “los abajos” de nuestra historia que es la Encarnación.
2. La misericordia nos lleva a comprometernos en el trabajo por la justicia y la transformación social. La misericordia tiene también una vertiente estructural imprescindible que la Doctrina Social de la Iglesia llama “caridad política”  y que el Papa recoge también en su encíclica Laudato si´: “El amor es también civil y político y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor. El amor a la sociedad y el compromiso por el bien común son una forma excelente de caridad, que no sólo afecta a las relaciones entre individuos, sino a las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas… Las acciones comunitarias que buscan recrear un nuevo tejido social, que cuidan el mundo y la vida de los más pobres, cuando expresan un amor que se entrega, pueden convertirse en intensas experiencias espirituales” (LS 231 y 232).
3. La misericordia nos compromete en el cuidado de la casa común, a vivir a solicitud por la vida en todas sus formas y al reconocimiento de esa red interdependiente que constituyen todas las criaturas: “Todo está relacionado y todos los seres humanos estamos juntos como hermanos y hermanas en una maravillosa peregrinación, entrelazados por el amor que Dios tiene a cada una de sus criaturas y que nos une también, con tierno cariño, al hermano sol, a la hermana luna, al hermano río y a la madre tierra” (LS 92). Toda la creación es expresión de la misericordia que el Padre tiene con nosotros y hoy también necesita de nuestra misericordia. Las criaturas de la Tierra son tan valiosas que no podemos degradarlas convirtiéndolas sólo en objeto de nuestra voracidad. Y sus recursos son tan imprescindibles para la vida que no podemos acapararlos sólo para unos cuantos. La sobriedad y simplicidad de vida son, en verdad, una forma de amor y de servicio a las criaturas y a nuestros hermanos/as más vulnerables.
4. La misericordia implica cultivar la no violencia y promover la reconciliación. “El mundo contemporáneo con sus heridas, que sangran en tantos hermanos nuestros, nos convoca a afrontar todas las polarizaciones que pretenden dividirlo en dos bandos” (Discurso del Papa Francisco ante el Congreso de EEUU). Lo estamos viendo cada día y viviendo con más intensidad en estos últimos meses. Parece que nuestras sociedades van cediendo cada vez más a la lógica del “o tú o yo”, de los “buenos” y los “malos”, de la imposibilidad de vivir juntos los diferentes y la aniquilación del adversario. El “otro” es un intruso o un enemigo. En medio de todo ello, vivir la misericordia implica también capacitarnos para con-vivir con los diferentes, superando prejuicios y generalizaciones. Supone tratar de tender puentes por el acercamiento, el encuentro y el difícil diálogo con quien es diferente y empeñarse en rehacer “el vínculo humano”, tan deteriorado.
Con todo ello, podremos prolongar en nuestras vidas la dinámica misericordiosa de la Encarnación, que nos lleva a adentrarnos, acoger y “cargar con el peso de nuestro tiempo” (Hanna Arendt) y con el de nuestros hermanos y hermanas, entrañando sus heridas y fragilidades y tratando de sanarlas con nuestra compasión, al modo de Dios.

Ana Isabel González, mmb

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