sábado, 20 de abril de 2013

El derecho al trabajo en la Doctrina Social de la Iglesia

¿Cuál es la primera reacción de alguien al escuchar el discurso de la DSI?. Generalmente, la sonrisa irónica:
-Sí, todo esto está muy bien, pero no hay mas que ver nuestro país: casi seis millones de parados, la mitad de los jóvenes en edad de trabajar en paro, en torno a un 18% de trabajadores pobres, esto es, que no les llega para vivir dignamente con lo que ganan, 1.800.000 hogares con todos desempleados, tres millones en pobreza severa y diez en pobreza relativa (FOESSA 2013), continuas reformas laborales que precarizan y destruyen más aún el empleo.... Todo esto que dice la Iglesia está muy bien, pero suena (nunca mejor dicho), a música celestial”.
Vamos a tratar de adentrarnos un poco más en este pensamiento social de la Iglesia, de forma que presentaré cuatro grandes objeciones y un gran valor de fondo en todo el pensar de la Iglesia en torno al derecho al trabajo.
Deficiente materialización de todo este pensamiento en la praxis eclesial.
Si la Iglesia tiene tan claro el valor del trabajo como actividad que plenifica a la persona, que despliega sus relaciones y constituye su aportación a la sociedad, si la dignidad del trabajo le viene del sujeto que la desarrolla, ¿cómo es que la propia Iglesia institución, como organización social, en distintas ocasiones y lugares, no ha tenido en cuenta su propio discurso y ha abusado laboralmente de su propios empleados o bien ha prescindido de ellos con criterios nada claros?.
Por tanto, una primera limitación de la DSI sobre el derecho al trabajo está en su puesta en práctica, incluso en su principal promotora, la propia Iglesia. Seguramente la Iglesia sería – seríamos más creíbles en este Pensamiento social si nuestra prácticas laborales estuvieran más acordes con él. De esta manera, a la fuerza del razonamiento, añadiríamos el valor del testimonio: “por sus frutos les conoceréis”, decía el Maestro.
Doctrina Social de la Iglesia: doctrina de “segunda fila”.
Una segunda objeción puede encontrarse en el carácter reservado de esta Doctrina. Me explico. La Iglesia ha sido pródiga a lo largo de su historia a la hora de elaborar y difundir su pensamiento moral sobre la sexualidad, como una materia muy presente en libros, clases, catequesis, homilías… de forma que el Pensar de la Iglesia al respecto ha llegado a la conciencia de los bautizados.
No es este el lugar para evaluar cómo los bautizados se rigen actualmente por las normas de la Iglesia en materia sexual. Sirva sólo esta alusión para reflexionar que en la Iglesia somos más bien recatados y tímidos a la hora de exponer y difundir la DSI sobre el trabajo. Dirigentes de la izquierda social han elogiado en ocasiones el rico patrimonio social de la Iglesia, incluso queriéndolo para sí.
Para muchos, este silencio y ocultación del sentir eclesial sobre las materias laborales se convierte en un obstáculo para la fe. Pues viendo las indecentes conculcaciones del derecho al trabajo en nuestra sociedad de producción y consumo, no entienden el silencio o la indiferencia de muchos de sus pastores.
Cuando la vida de muchas personas y sus familias se juega en el mundo del trabajo, sería de desear más interés y fuerza de toda la Iglesia por esta materia. No sólo necesitamos pronunciamientos de las jerarquías, también nos hacen falta catequistas, voluntarios, lectores, animadores… más sensibles con esta realidad en las actividades pastorales que desarrollan. Se tendría que notar de manera clara y rotunda que la Iglesia en su conjunto preserva y defiende este bien tan imprescindible para la vida. Sin miedos ni ambigüedades. Recordemos aquellas palabras de Juan Pablo II en su encíclica sobre el trabajo: "La Iglesia está vivamente comprometida en esta causa (La del trabajo y sus derechos), porque la considera como su misión, su servicio, como verificación de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente 'la Iglesia de los pobres'" (LE 8). Si la identidad y la credibilidad de la Iglesia se juega en el mundo de los pobres, no hay que olvidar que estos son, en muchas ocasiones, resultado de políticas laborales perversas. Por lo que la Iglesia no puede estar ajena a la causa originante de la situación que viven muchos de los empobrecidos de hoy, privilegiados de la acción de Jesús y de la Iglesia que quiere ser fiel a Jesús.
La dimensión socio-política de la fe es algo constitutivo de nuestro ser creyente. Y lo mismo que no imaginamos una parroquia sin celebraciones o sin catequesis, tampoco se puede imaginar una Iglesia que no actúa en las realidades sociales y políticas para ser transformadas en consonancia con el Reino, el mundo fraterno soñado por Dios Padre.
La DSI habla de trabajo. La sociedad, de empleo.
Una tercera objeción al Pensamiento social de la Iglesia respecto del trabajo está precisamente en la naturaleza de éste. Desde el siglo XIX en que comenzó el pronunciamiento oficial de la Iglesia respecto al trabajo, mucho han cambiado las cosas.
Aquellas “cosas nuevas” a las que se refería León XIII en su encíclica eran la industrialización, la aparición de las máquinas, el trabajo en serie, las grandes masas que abandonando el pueblo se implantaban en las ciudades… El concepto del trabajo hasta entonces había estaba ligado al campo. Era la economía agrícola de subsistencia. La conexión con la naturaleza y la obra creadora de Dios era visible.
Desde entonces hasta ahora, mucho ha cambiado el mundo del trabajo: las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, en un contexto de globalización, han transformado profundamente las condiciones de trabajo. Los procesos de externalización y la robotización han mudado ritmos, horarios, descansos, historia laboral, inserción geográfica…
De hecho, hoy más que de trabajo, se habla de empleo. Una anécdota ilustrará lo que quiero decir:
Mi padre ha sido albañil por cuenta ajena toda la vida, así comenzó siendo un chaval y así terminó cuando se jubiló. Toda su vida ha estado atravesada por esta actividad. Teresa, su nieta de 26 años, desde que terminó los estudios ha combinado largos periodos de desempleo con contratos temporales. En esos contratos temporales ha realizado actividades de lo más variado, desde vendedora de zapatos, pasando por dependienta en una tienda de ropa, hasta llegar a estar en producción de una importante empresa de alimentación. Mi padre trabajó sólo como albañil y esta actividad configuró toda su vida. Su nieta ha tenido muchos empleos polivalentes. Mi padre con estrechuras, sacó adelante una familia siendo el único ingreso que entraba en casa. Su nieta, con dificultades, sacará adelante su propia vida, al margen de familias y compromisos ahora inasumibles. ¿Es lo mismo trabajo que empleo?.
Para finalizar os contaré lo que Gustavo, un joven iniciado en la JOC relataba en el equipo hace ya 10 años:
- “Vivo con mis padres. Cuando necesito perras para gastar, me pongo a currar. Cuando tengo lo suficiente, me doy de baja”.
El trabajo, estaba ligado al proyecto vital, a la inserción social. El empleo, por el contrario, está principalmente ligado al consumo. Y esta circunstancia, este cambio sustancial, no parece del todo contemplado en la DSI.
No obstante, el compendio de DSI es consciente de esta evolución descrita. Y entre los números 310 – 322, trata de desarrollar los principios de siempre para esta nueva realidad del trabajo en un contexto globalizado. Y así, llama a “una necesaria globalización de la tutela de los derechos mínimos esenciales y de la equidad” (310), “… a evitar el error de considerar que los cambios en curso suceden de manera determinista. Es importante para todos recordar el significado de la dimensión subjetiva del trabajo” (317), “cuanto más profundos son los cambios, tanto más firme debe ser el esfuerzo de la inteligencia y la voluntad para tutelar la dignidad del trabajo” (319), “es preciso globalizar la solidaridad” (321), “las nuevas realidades jamás deben violar la dignidad y la centralidad de la persona humana” (321).
Derecho  al trabajo o derecho a vivir dignamente.
Cuarta y última objeción: Hacia el fin de la civilización del trabajo. Este fue el polémico título de un libro que, en épocas anteriores de bonanza, suscitó muchas críticas. Más o menos, la tesis de los promotores de esta idea es: "El capitalismo actual prescinde del trabajo. Existe un gran desarrollo sin trabajo. El trabajo productivo informatizado y robotizado produce más y mejor, con casi ningún trabajo ni coste". La consecuencia directa es el desempleo estructural.
Millones de personas no van a ingresar nunca jamás en el mundo del trabajo, ni siquiera como ejército de reserva. El trabajo, de depender del capital, ha pasado a prescindir de él. Esto significa una grave crisis social, como la que asola en estos momentos a Grecia. Se sacrifica a toda la sociedad en nombre de una economía, hecha no para atender a las demandas humanas sino para pagar las deudas con los bancos y el sistema financiero. La fuente de riqueza no es el trabajo, sino la máquina.
Por ello, en esta perspectiva, hablar del derecho al trabajo es inútil. Algunos han preconizado más bien el reparto del empleo, trabajar menos para vivir más. Y en esa dinámica entraríamos en una sociedad del ocio y del tiempo libre que permitiera la conciliación de la vida laboral y familiar, la mayor participación social, el desarrollo de la cultura… 
En esa perspectiva se reivindica el derecho a una renta básica universal, que permita a todos los ciudadanos del planeta poder vivir dignamente. Hay estudios que garantizan la viabilidad de esta propuesta.
Sin embargo, hoy, en el apogeo de la tecnología, proponer el fin de la civilización del trabajo para sustituirla por una cultura del ocio y la creación, mucho más humana y productiva, sigue siendo cosa rara y hasta mal vista. Una humanidad libre del trabajo, dedicado cada cual a su «labor», a una actividad creativa y satisfactoria, sería también una sociedad equilibrada, formada por personas pensantes y reflexivas. Esto para el rico, insolidario y avaricioso, es una peligrosa amenaza. Por eso se procura mantener a la gente cada vez más ocupada, bien en el tajo, bien en un ocio que muchas veces resulta más embrutecedor y cansino que el propio trabajo.
De ahí que se hayan acentuado todos los vicios del capitalismo hasta extremos de locura. Si la educación pública tuvo en sus orígenes una intención humanista, hoy, con o sin planes Bolonia, no se intenta siquiera disimular que el fin determinante del sistema educativo no es otro que disciplinar a los hijos de los trabajadores y generar «profesionales», como corresponde a una sociedad cada vez más desigual y clasista.
La clase trabajadora, que constituye la mayoría de la humanidad, creyó ser clase media y adoptó los vicios tontos de la mediocridad. El esclavo o el obrero tenían al menos la esperanza en la revolución y el orgullo del luchador, pero el homo urbano contemporáneo sólo aspira a consumir más y más y no tiene otra bandera que el dinero. Dinero del que nunca dispondrá en cantidad suficiente, pero al cual adora como al único dios verdadero.
El siervo romano y medieval, el trabajador antiguo, fuera o no esclavo, no siempre estaba encadenado, no vivía sujeto a horarios rígidos, y su calendario laboral estaba repleto de fiestas y días de asueto. El trabajador actual no conoce el descanso. Su mal pagada jornada se prolonga lo indecible en horas extraordinarias que regala al patrón a cambio del privilegio de poder trabajar. Y en sus ratos libres se somete a una rutina agotadora de ocio-consumo que le ata aún más, vía deuda, a esas cadenas invisibles que la mayoría no lograrán quitarse en toda la vida. Charlie Chaplin yalo reflejó magistralmente en la película Tiempos modernos: el trabajador de la sociedad industrial es el esclavo más esclavo de todas las épocas de la historia, pues ya ni siquiera se le considera humano. No es más que un engranaje y, como tal, cambiable, prescindible. Por ello, más que de derecho al trabajo, la DSI debiera emplearse más a fondo en la defensa del derecho a la vida, a la vida en dignidad de todo trabajador. Y con, al menos, la misma insistencia y fuerza que se posiciona públicamente en la defensa del derecho a la vida de los no nacidos.
La cuestión de fondo: la antropología.
Con todo, lo que está en juego en todos estos cambios es el concepto de persona. Para el actual sistema económico, el ser humano es reducido a “capital humano”. En este sentido está subordinado al cálculo de utilidad. El ser humano tiene valor en tanto es productivo. Cuando deja de serlo es un estorbo, no interesa. Por eso, hoy se habla de población sobrante. Las leyes del mercado señalan quienes son esos sobrantes: parados, excluídos, tercer mundo, países periféricos del sur de Europa… De ahí que, Stiglitz habla de las armas financieras de destrucción masiva. La Troika, el Banco Mundial, el FMI… son estas instituciones, no elegidas democráticamente, que dictan lo que han de hacer los gobiernos en relación a la deuda y demás artificios financieros que acaban pagando la población más desprotegida de esos países.
Por todo ello, aún con las limitaciones señaladas y otras no expresadas, es preciso más que nunca revalorizar el patrimonio humanizador de la DSI. En el origen de la misma está una antropología que salva a nuestra humanidad del “ecocidio” al que estamos abocados por el, eufemísticamente denominado, sistema de mercado.
Para el Pensamiento social de la Iglesia, en la base de todo está la persona como imagen y semejanza de Dios, lo que le da un valor incalculable y le hace la medida de todo. El ser humano, además de religado al Transcendente, está en comunión con los otros y con la naturaleza. Y esta transcendencia y comunión preservan a todo ser humano de cualquier instrumentalización y mercantilización.
El movimiento de los indignados precisamente ha puesto de relieve este “hartazgo” de fondo. Una pancarta de las muchas manifestaciones habidas rezaba así: “Nuestras vidas valen más que vuestros beneficios”. Ya Cardijn, iniciador de la JOC allá a principios del siglo XX proclamaba: “Un joven trabajador vale más que todo el oro del mundo”.
Pues bien, podría decirse que esta profecía externa que a la Iglesia le supone el movimiento de los indignados, enlaza perfectamente con el santo y seña de su Pensamiento social. Por ello, en esta orfandad que vivimos dada la dictadura del pensamiento único, es preciso poner de relieve este rico patrimonio social. La Iglesia católica con él, es de las pocas instancias que pueden ser luz en este crepúsculo de la historia. Y cuando los derechos laborales parecen, según la sátira de Galeano, un tema para arqueólogos, necesitamos instancias éticas, como la Iglesia y su pensamiento social que sean memoria de nuestro pasado, abogados de un presente más humanizador y profetas de un futuro esperanzado para todos.
Desde esta perspectiva, la DSI en relación al derecho al trabajo, tiene un gran valor de principio rector del actuar de los cristianos para fermentar este mundo del trabajo y hacerlo más humano según el plan de Dios. En este sentido, es de alabar cómo en los planes de los movimientos apostólicos enviados a la evangelización del mundo obrero (Hoac y Joc), y otros sensibles al mundo de la justicia, la DSI tiene un puesto importante. Y así, sus militantes, están llevando adelante una oculta, pero significativa labor transformadora en comités de empresa, barrios y colectivos varios. Su compromiso evangélico a través de la Pastoral Obrera, es un puente imprescindible entre Iglesia y mundo obrero. También existen otras iniciativas que difunden la DSI entre el pueblo cristiano. Aquí en Burgos, el aula de DSI de la Facultad de teología, los encuentros de Cuestiones sociales en el arciprestazgo de Gamonal y en Aranda. Espacios donde los principios sociales de la Iglesia van empapando, como lluvia de primavera, la reflexión y el actuar de los cristianos de base.
No quisiera terminar la exposición sin apuntar de modo telegráfico, distintas experiencias que, inspiradas en el Pensamiento social de la Iglesia, tratan de poner en práctica sus criterios. Las más conocidas sean quizás las empresas de inserción social que, más allá de la rentabilidad económica, están dando empleo a colectivos excluídos. Justamente los participantes en estas Jornadas han comido gracias a una de ellas: “El gusto de servir”, empresa de Cáritas que emplea a personas empobrecidas. La crisis ha disparado también nuevas formas de cooperativismo en las que lo central no es el beneficio económico, sino el beneficio humano.
También se va expandiendo la llamada economía del Bien común que demuestra con hechos que el éxito no está ligado al máximo beneficio, la competitividad, el crecimiento ilimitado… sino que se asienta en la honestidad, la solidaridad y la cooperación. Christian Felber es el apóstol austríaco de esta causa. 600 empresas ya están funcionando así y 300 están a las puertas.
Todo esto sirva para dejar claro que “otro tipo de empleo y de trabajo es posible y necesario”. La DSI nos empuja a ello con audacia profética. Es imprescindible desempolvarla, conocerla e irla contrastando con nuestras prácticas vitales, laborales, económicas. La DSI nos ayudará a aplicar en lo concreto aquello del Maestro: “No podéis servir a Dios y al dinero”.
Entonces descubriremos, que lo del evangelio no es letra muerta ni una cosa bonita inalcanzable. Caeremos en la cuenta de que lo social no es “una enfermedad rara” que tienen unos pocos en la Iglesia. Pues no hay seguimiento de Jesús que no pase por la justicia. En la medida en que la DSI ilumine como principio rector las prácticas laborales y económicas de todos lo que hemos escuchado la llamada de Jesús de Nazaret, experimentaremos que efectivamente el evangelio es Buena Noticia y que en él hay mucho de salvación para todos en este presente precario de la historia. En ese sentido, la DSI es la llama que mantiene encendida la utopía en estos momentos de resignación y pensamiento plano. Sin esa utopía, entendida como horizonte hacia el que avanzar, es imposible el verdadero progreso y el crecimiento integral de las personas.

Fco. Javier García Cadiñanos

2 comentarios:

  1. Muy linda reflexión. Prometo visitar el blog con mas frecuencia.

    Soy interesado en los temas sociales, y de a poco me voy metiendo en la DSI, y compartiendola con los grupos de jóvenes de mi parroquia.

    Saludos desde Córdoba, Argentina!!

    José

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    1. Celebramos que le sirvan estas reflexiones.
      Por otra parte, le invitamos a compartir las que a ustedes les parezcan oportuno enviar a este espacio, con gusto las publicaremos.
      Un abrazo fraterno para su comunidad.

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