De
un tiempo a esta parte, da la sensación de que en determinados círculos de
pensamiento vinculados a la pedagogía (marketing educativo, lo llaman algunos)
y a la divulgación más o menos “científica”, uno debe ser obligatoria y
falsamente optimista, de tal manera que hasta se han creado una serie de líneas
de productos y eslóganes que aparecen en objetos de consumo cotidiano e incluso
forman parte del material escolar de nuestros alumnos.
Para muestra, algunas de
las frases que se pueden leer en las portadas de sus cuadernos: “Pon de moda la
felicidad”, “Piensa en positivo”, “Con esta carpeta seguro que lo petas”, “En
la vida como en la fotografía hay que cambiar los negativos a positivos”,
“Cambia tu forma de ver las cosas y las cosas cambiarán”…
Se trata de una serie de mensajes que rezuman un “optimismo” realmente engañoso que, por un lado, además de culpabilizar a la persona (porque si las cosas van mal no es porque estén mal y haya personas concretas y “estructuras de pecado” que hacen que sean así, sino porque tú no eres capaz de verlas bien) y por otro, también generan una cierta sensación de que los problemas se arreglarán por sí mismos, independientemente del trabajo y esfuerzo personal y comunitario que requieren.
Se trata de una serie de mensajes que rezuman un “optimismo” realmente engañoso que, por un lado, además de culpabilizar a la persona (porque si las cosas van mal no es porque estén mal y haya personas concretas y “estructuras de pecado” que hacen que sean así, sino porque tú no eres capaz de verlas bien) y por otro, también generan una cierta sensación de que los problemas se arreglarán por sí mismos, independientemente del trabajo y esfuerzo personal y comunitario que requieren.
Y, quizá, conviene hacer notar este primer aspecto porque esa mentalidad del
“buenismo” y del optimismo siempre alegre, que anida en la nebulosa de la
palabrería y las “buenas intenciones”, está bastante lejos de lo que Francisco
nos plantea en este apartado de Laudato si' relacionado con la educación. Así
que no caigamos en la tentación del optimismo por el optimismo (o su
contrario). Al fin y al cabo, “el pesimista no cree que cambie el viento; el
optimista espera que cambie y el realista ajusta las velas” y, al parecer, el
papa Francisco en este como en otros asuntos, no es mal navegante.
Laudato si';
¿Salvar pajaritos y florecillas?.
No insistiremos en este punto. Otros lo han
hecho con enorme acierto y profundidad. Pero recordar que la encíclica Laudato
si' no es una carta solamente “ecológica” o “medioambiental” dirigida a los
amantes de la naturaleza, es otro de los puntos de partida fundamentales. “Paz,
justicia y conservación de la creación son tres temas absolutamente ligados,
que no podrán apartarse para ser tratados individualmente…” (LS, 92). Ésta es la clave. No se trata de
hablar de flora, fauna, biodiversidad o cambio climático… desligando estos y
otros aspectos de los pobres, la justicia y la paz. Se trata por tanto un
problema ecológico, sí, pero ligado e inseparable de la antropología, del ser
humano, de sus relaciones con los demás, con la creación y, para aquellos que
así lo creemos, con el Creador. Por eso, si queremos abordar este tema desde el
punto de vista de la educación, no podemos olvidar este enfoque, porque si no,
podríamos llegar a la falsa conclusión de que si ponemos en los colegios un
poco más de énfasis en la asignatura de ciencias naturales o en la de biología,
el asunto estaría bastante resuelto.
Al fin: El capítulo final.
Es curioso que
el papa Francisco (y el equipo de personas que han colaborado en la elaboración
de la encíclica, cosa que a veces se olvida) haya unido en un mismo capítulo, y
precisamente en el capítulo final, la educación y la espiritualidad.
Seguramente no es algo que haya sucedido al azar, sobre todo si forzamos un
poco el esquema de la encíclica bajo el modelo del ver, juzgar y, finalmente,
actuar. Los puntos específicamente bajo el epígrafe de la educación abarcan
desde el nº 209 al 215. No son muchos pero sí interesantes, en los que hay
varios “hilos musicales de fondo” que son comunes a ellos. Uno sería el que
plantea la educación como necesidad porque urgen “nuevos hábitos”. Otro, el que
anima a realizar “pequeñas acciones cotidianas”. Y al menos un tercero está
referido a los ámbitos educativos para “difundir un nuevo paradigma acerca del
ser humano, la vida, la sociedad y la relación con la naturaleza.” (LS, 215).
Casi nada.
Llama la atención que
después del análisis que se hace en la encíclica de la crítica situación
actual, tan certera que ha conseguido el apoyo y reconocimiento de tantas
personas y colectivos no sólo de círculos religiosos o académicos sino de los
más variopintos entornos, no haya concluido, por ejemplo, que el ámbito de
actuación y solución ante tanto problema sea el científico, o el tecnológico, o
la economía… (materias que también tendrán mucho que hacer y decir) sino la
educación.
Porque, como apunta la encíclica y una vez vistas cómo van las
cosas, de lo que se trata no es de tapar baches o corregir algunos errores,
sino de crear “nuevos hábitos” y posicionarse de una manera nueva (¿vieja?)
ante la vida, los demás y nuestro entorno, y eso es difícil de conseguir solo
con más dinero, nuevos inventos, o más cacharros electrónicos… Un nuevo
posicionamiento que pasaría, según la terminología de Kohlberg, por transitar
del “nivel preconvencional” (que afirma que algo es bueno cuando “me
beneficia”) al “nivel convencional” (que sostiene que es justo lo que beneficia
“a los míos”) al “nivel posconvencional” (que busca la universalización,
sosteniendo que algo es bueno si es bueno para todos y por mucho tiempo).
Y
esto, no se puede conseguir sólo “por la fuerza” como recuerda Francisco;
“leyes y normas no es suficiente a largo plazo para limitar los malos
comportamientos” (LS, 211), aunque también son necesarias, bajo mi particular
punto de vista, porque; ¿qué hubiese pasado, por ejemplo, con la ley
anti-tabaco en España si no hubiera habido sanciones y hubiésemos tenido que
esperar a que cada fumador estuviese persuadido y convencido de que no se debe
fumar en determinados espacios?. Pues, si no somos ingenuos, la respuesta es
obvia. Por eso, además de algunas normas que nos faciliten la vida comunitaria,
la educación necesariamente entra en escena.
La educación... ¿eso es cosa de la
escuela?.
La educación, como concepto, se ha vuelto una de esas “palabras
comodín” que intuimos que significan “mucho”, pero que según quien la utilice
puede significar cosas muy diferentes. Raro es el político, tertuliano o vecino
de la comunidad que no termine algún argumentario diciendo que la solución a
tal problema es “la educación”. Acto seguido, y como respirando de alivio por
sacudirse cierta responsabilidad, se mira de reojo a la escuela y los maestros,
aconsejándonos además “que se haga desde bien pequeñitos, porque luego ya se
sabe…” De esta forma, ya se ha podido escuchar en diferentes contextos que la
escuela debe encargarse; de la educación formal (mates, lengua, ciencias… lo de
siempre), la integración de extranjeros, de personas con discapacidad…, la
formación en las nuevas tecnologías, la erradicación de la violencia de género,
la educación en valores, la educación sexual, la educación para el consumo, la
educación emocional y de la interioridad, la educación vial, la educación en la
ciudadanía, cuidar y potenciar la disciplina y las normas básicas de
convivencia, educar para una alimentación sana… Asimismo, la escuela debe
ofrecer, también, servicios de calidad (comedor, madrugadores…), actividades
extraescolares y complementarias, y si se puede, un viajecito de fin de curso…
Además, esto lo tiene que llevar a cabo “el maestro”, que debe ser (y prometo
que no son todos los adjetivos que he encontrado en libros de la profesión);
dinámico, creativo, “con carisma”, culto, actualizado, buen pedagogo, amable,
inteligente, cercano pero con autoridad, comprometido, vocacionado, coherente,
buen comunicador, participativo, innovador, motivador, entregado, optimista,
exigente… y, para rematar, uno de los últimos que he visto; amigo.
¿Alguien conoce
no ya a un maestro, sino a una persona de cualquier ámbito que cumpla al menos
una quinta o sexta parte de este último párrafo?. No pidamos a la escuela lo que ésta no puede dar, ni la responsabilicemos de aquello que la sobrepasa con
mucho y de manera considerable. Ciertamente que la escuela entendida en su
sentido amplio, abarcando desde los primeros años hasta la universidad y más
allá, es un ámbito educativo primordial, básico y, si se quiere, necesario con
sus virtudes y sus defectos, pero no es la solución a todos los problemas,
entre otras razones porque como recuerda J. L. Corzo: “el proceso educativo es
múltiple y no educan más los que más se lo proponen”, y si no, que se lo
pregunten a muchos padres. Por eso, en uno de los últimos libros de J. A.
Marina donde plantea el cambio educativo que quiere promover en nuestro país,
dedica varios capítulos monográficos a: la escuela, la familia, la ciudad, la
empresa y el Estado.
Por eso, el papa Francisco recuerda en su encíclica que
los ámbitos educativos deben ser: la escuela, la familia, los medios de
comunicación, la catequesis, la política, las asociaciones, la Iglesia…
Así
pues, que cada uno (porque todos educamos de manera directa o indirecta,
incluso aunque no nos lo propongamos) asuma su trocito de tarta en este pastel.
Pues ya se sabe que en la cocina de la
educación no se admite la prisa del microondas. Todo es más lento y paciente,
aunque es seguro que a todos nos gustaría ir más rápido. Dice Francisco: “Es muy
noble asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas acciones cotidianas, y
es maravilloso que la educación sea capaz de motivarlas hasta conformar un
estilo de vida” (LS, 211). “No hay que pensar que esos esfuerzos no van a
cambiar el mundo. Esas acciones derraman un bien en la sociedad que siempre
produce frutos más allá de lo que se pueda constatar, porque provocan en el
seno de esta tierra un bien que siempre tiende a difundirse, a veces
invisiblemente” (LS, 212).
Así pues, parece que no se admite mucha “alfombra
roja” ni muchos atajos en esta carrera de fondo. La tarea está por delante y ya
hay gente que personal y comunitariamente está ya involucrada en ella. Habrá
que intentar potenciar entre todos y desde diferentes ámbitos (cada uno donde pueda)
lo que propone el papa Francisco: “una ética ecológica”, que ayude
“efectivamente a crecer en la solidaridad, la responsabilidad y el cuidado basado
en la compasión.” (LS, 210).
Luis
Carlos Sanz, profesor.
Justicia y Paz de Burgos.
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