"He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus
quejas", dijo el Señor a Moisés (Ex 3,7). También nosotros Pastores del
Pueblo de Dios hemos contemplado cómo el sufrimiento se ha cebado en los más
débiles de nuestra sociedad. Pedimos perdón por los momentos en que no hemos
sabido responder con prontitud a los clamores de los más frágiles y
necesitados. No estáis solos. Estamos con vosotros; juntos en el dolor y en la
esperanza; juntos en el esfuerzo comunitario por superar esta situación difícil.
Juntos, hermanos en Jesucristo, debemos edificar la casa común en la que todos
podamos vivir en dichosa fraternidad. Pedimos al Padre que nos colme de
inteligencia y acierto para construir una sociedad más justa en la que los
anhelos y necesidades de los más desfavorecidos queden satisfechos.
Las víctimas de esta situación social sois nuestros predilectos, como lo
sois del Señor. Queremos, con todos los cristianos, ser signo en el mundo de la
misericordia de Dios. Y queremos hacerlo con la revolución de la ternura a la
que nos convoca el papa Francisco. "Todos los cristianos estamos llamados
a cuidar a los más frágiles de la Tierra".
No podemos dejar de agradecer el esfuerzo tan generoso que, en medio de
estas dificultades, están haciendo las instituciones de Iglesia como Cáritas,
Manos Unidas, Institutos de Vida Consagrada –que realizan una gran labor en el
servicio de la caridad con niños, jóvenes, ancianos, etc–; y otras muchas.
Hemos podido comprobar con gran satisfacción el ingente trabajo llevado a cabo
por voluntarios, directivos y contratados en la atención a las personas y en la
gestión de recursos. Tras ellos están las comunidades cristianas, tantos
hombres y mujeres anónimos que responden con su interés y preocupación, con su
oración y su aportación de socios y donantes.
A pesar de las crecientes desigualdades sociales y económicas que
advertimos y de las demandas cada día mayores que los pobres nos presentan, os
pedimos a todos que continuéis en el esfuerzo por superar la situación y mantengáis
viva la esperanza.
La caridad hay que vivirla no sólo en las relaciones cotidianas –familia,
comunidad, amistades o pequeños grupos–, sino también en las macro-relaciones
–sociales, económicas y políticas–. Necesitamos imperiosamente «que los gobernantes
y los poderes financieros levanten la mirada y amplíen sus perspectivas, que
procuren que haya trabajo digno, educación y cuidado de la salud para todos los
ciudadanos». Es preciso que todos seamos capaces de comprometernos en la
construcción de un mundo nuevo, codo a codo con los demás; y lo haremos, no por
obligación, como quien soporta una carga pesada que agobia y desgasta, sino
como una opción personal que nos llena de alegría y nos otorga la posibilidad
de expresar y fortalecer nuestra identidad cristiana en el servicio a los
hermanos.
Recordamos frecuentemente con el papa Francisco que "el tiempo es
superior al espacio" . «Este principio permite trabajar a largo plazo sin
obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda a soportar con paciencia las
situaciones difíciles y adversas. [...] Darle prioridad al espacio lleva a
enloquecerse para tener todo resuelto en el presente. [...] Darle prioridad al
tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios». Por eso, no
nos quedemos en lo inmediato, en los limitados espacios sociales en que nos
movemos, en lo que logramos aquí y ahora. Demos prioridad a los procesos que
abren horizontes nuevos y promovamos acciones significativas que hagan patente
la presencia ya entre nosotros del Reino de Dios eterna.
Con María cantamos que Dios «derriba del trono a los poderosos y
enaltece a los humildes». Es el canto de la Madre que lleva en su seno la
esperanza de toda la humanidad. Y es el canto de la comunidad creyente que
siente cómo el Reino de Dios está ya entre nosotros transformando desde dentro
la historia y alumbrando un mundo nuevo y una nueva sociedad, asentados no en
la fuerza de los poderosos, sino en la dignidad y los derechos inalienables de
los pobres. El canto de María es nuestro canto, un canto que es llamada a la
esperanza, canto que nos apremia a ser luz alentadora, soplo vivificante para
todos, de manera especial para aquellos que más hondamente están sufriendo los
efectos devastadores de la pobreza y la exclusión social.
Que santa María, Virgen de la Esperanza y Consoladora de los afligidos,
ruegue por nosotros hoy y siempre. Que ella consiga que no nos falte nunca en
el corazón la necesaria y urgente solidaridad con los más pobres.
A nuestra Madre del Cielo unimos la intercesión de Santa Teresa de Jesús,
bajo cuya protección, en el V Centenario de su nacimiento, ponemos también
nuestro servicio a los más pobres.
Ávila, 24 de abril de 2015
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