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martes, 16 de agosto de 2016

La corrupción y la crisis hunden un país

El título de este artículo no es una conclusión de lo que pasa hoy, es un convencimiento antiguo, incluso desde hace siglos.

P.J.Ginés / ReL23 junio 2016

"Se ha de evitar que el empleo de recursos financieros esté motivado por la especulación y ceda a la tentación de buscar únicamente un beneficio inmediato, en vez de la sostenibilidad de la empresa a largo plazo, su propio servicio a la economía real".
¿Quién escribió esto?.
Y otra frase: "La economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona".
El autor de estos pensamientos es Benedicto XVI, en su encíclica Caritas in Veritate (puntos 45 y 40). Muchos han oído que Benedicto XVI habló de los orígenes morales de la crisis financiera y económica, y sin duda era algo sobre lo que meditaba, pero en sus textos de mayor rango doctrinal no lo detalla con frases lapidarias.
En otros documentos se acerca más: en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, del 31 de enero de 2012, habla de "el sentimiento de frustración por la crisis que agobia a la sociedad, al mundo del trabajo y a la economía; una crisis cuyas raíces son sobre todo culturales y antropológicas.

Caritas in Veritate no usa la palabra "avaricia".

Es curioso constatar que en Caritas in Veritate, por ejemplo, no se usa ni una vez la palabra "avaricia" o "codicia", cuando es, sin duda el pecado clave contra el que se previene (aunque se podría alegar que previene contra la idolatría del mercado o del dinero, pero la palabra "idolatría" tampoco se usa).
La Iglesia siempre ha predicado contra la avaricia y la codicia, y sus efectos no sólo individuales sino sociales. Ya San Clemente de Alejandría, muerto en el 220 d.C., escribió un librito sobre el tema: "¿Qué rico se salvará?".
Pero quien quiera sumergirse en sermones potentes contra estos pecados, llenos de ejemplos bíblicos, podrá distrutar con el nuevo libro de la imprescindible Biblioteca de Patrística de Ciudad Nueva, obra de San Ambrosio de Milán, el obispo maestro de San Agustín y un gran predicador.
El libro reúne 3 obras: "Elías y el ayuno; Nabot; Tobías". Y las tres tratan sobre pecados económicos, la avaricia, la esclavitud de las riquezas, el abuso de los pobres y trabajadores y como, con la Biblia en la mano, los cristianos vemos en las Escrituras lo mucho que Dios previene contra estas esclavitudes.

El poder de la vida austera.

En "Elías y el ayuno" el obispo explica como la frugalidad y austeridad del santo profeta le hicieron poderoso en su lucha contra la pagana y opulenta reina Jezabel. El texto de Ambrosio predica contra la lujuria, pero no sólo la sexual, sino también contra toda esclavitud de lo material o avaricia de reconocimientos. Todo ello se vence con el ayuno, una práctica que debe ir ligada siempre a la limosna generosa y la oración, como se recuerda en Cuaresma.
En "Nabot" se insiste en el tema de la avaricia y de la corrupción que la acompaña, un tema de absoluta actualidad política. Jezabel usa falsos testigos para que un pequeño terrateniente, Nabot, sea ejecutado por traición... y que su viña sea entregada al Rey Ajab, esposo de Jezabel.
Aquí Ambrosio desarrolla más el elemento social de su crítica. "La tierra fue creada para propiedad común de todos, ricos y pobres. ¿Por qué vosotros, ricos, os atribuís un derecho exclusivo de propiedad?. La naturaleza, que da a luz a todos pobres, no conoce a ningún rico".
Ambrosio se detiene a comentar los casos de pobres vendidos como esclavos, de ricos que hunden a sus subcontratados o proveedores... Ambrosio no comenta nada sobre cómo Dios perdonará al final a Ajab por su arrepentimiento... él no está haciendo exégesis bíblica, sino una predicación contra la avaricia y la corrupción, y el ejemplo bíblico, potente, indignante, le sirve de ilustración.

La usura y su esclavitud.

El tercer libro, "Tobías", se centra en la figura siniestra del usurero, que empobrece y esclaviza, destruyendo personas y familias. La usura es "veneno, espada, esclavitud, lazo nefasto" y, citando a Catón, "exigir intereses equivale a matar".
C.S.Lewis en varios de sus libros comentaba lo extraño que es que los cristianos antiguos y medievales predicasen tanto contra la usura y que los contemporáneos no tratemos casi nunca el tema. Hay quien piensa que no es pecado ya.
Pero el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia resuena con un estilo que recuerda al de Ambrosio y los antiguos. Ahí leemos: "Si en la actividad económica y financiera la búsqueda de un justo beneficio es aceptable, el recurso a la usura está moralmente condenado: «Los traficantes cuyas prácticas usurarias y mercantiles provocan el hambre y la muerte de sus hermanos los hombres, cometen indirectamente un homicidio. Este les es imputable». Juan Pablo II en 2004 proclamaba unas palabras recogidas en el Compendio: «La usura, delito que también en nuestros días es una infame realidad, capaz de estrangular la vida de muchas personas».
Incluso Caritas In Veritate, el texto de Benedicto XVI que no usa la palabra avaricia ni codicia, menciona la usura una vez, en el párrafo 60, al hablar de los microcréditos: "Los sectores más vulnerables de la población deben ser protegidos de la amenaza de la usura y la desesperación. Los más débiles deben ser educados para defenderse de la usura, así como los pueblos pobres han de ser educados para beneficiarse realmente del microcrédito".

Cuando la retórica arrastra al santo.

En sus libros Ambrosio utiliza todo el arsenal retórico de un maestro de la abogacía greco-romana, citando clásicos, con comparaciones elocuentes, inspiradoras, muy literarias... y a veces teológicamente descarriladas.
Por ejemplo, en "Elías y el ayuno" Ambrosio parece considerar pecado la navegación comercial, y llevado por la pasión retórica proclama: "Os quejáis de frecuentes naufragios pero ¿quién os obliga a navegar?. Como si no fuera por excesivo afán de riquezas por lo que vosotros hacéis las costas inseguras. Dios no hizo el mar para que se navegara, sino por la belleza de ese elemento. El mar es sacudido por la tempestad: debéis temerle, no apoderaos de él. El que no navega desconoce el temor del naufragio. El Señor dijo: Dominad sobre los peces del mar; no ha dicho "navegad entre las olas". A ti te ha sido dado el mar para alimentarte, no para que te arriesgues: utilízalo como comida, no para hacer comercio". 
Un polemista moderno podría usar esta diatriba para argumentar que el cristianismo es absurdo y contrario al progreso porque "para los cristianos antiguos la navegación no pesquera era pecado". Sin embargo, Hechos de los Apóstoles está lleno de los viajes navales de San Pablo y Lucas, que se proponen como ejemplo evangelizador. El mismo Jesús usaba las barcas de sus discípulos no sólo para pescar sino para predicar desde ellas o ir de un punto a otro del lago de Tiberíades. Y es evidente que no hay doctrina en Concilios ni en catequesis antiguas contra la navegación mercantil.
Simplemente, en su libro contra el afán desmedido de riquezas, Ambrosio, orador exuberante volcado en su retórica clásica, plantea este ejemplo para enfatizar su crítica a la avaricia, justo antes de lanzar una elegante diatriba contra las naves mercantes de Tiro y Cartago.
En realidad, Ambrosio no es contrario al progreso social, sino todo lo contrario: ayudó a cristianizar el Imperio en una época en que muchos amos cristianos liberaban a sus esclavos, en que las leyes iban limitando y humanizando la esclavitud (impidiendo el maltrato a los esclavos, la separación de las familias, etc...) y buscaba impedir la esclavitud por deudas.
Y, de fondo, resuena su predicación contra la corrupción. Porque en esa época, como en la nuestra, el origen de la crisis es moral.
En la película de Lux Vide de 2010 sobre San Agustín, San Ambrosio entra en la corte imperial para protestar contra el caso de un hombre vendido como esclavo por sus deudas... deudas falsas, como en "Nabot"; el caso que comenta el personaje ilustra a la perfección la pasión del santo contra este abuso social.

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