Comisión
Permanente HOAC* @hoac_es
La HOAC
considera que esta situación es una de las manifestaciones más importantes del
empobrecimiento y la vulnerabilidad que padece el mundo obrero y del trabajo.
Las
dificultades para la vida familiar han aumentado y el empobrecimiento se han
extendido de forma alarmante. Por eso,
más que nunca es esencial la afirmación de esos derechos familiares de las
personas y de los derechos sociales de las familias, lo que implica luchar por
un trabajo digno que posibilite y no obstaculice la vida y la función de las
familias, lograr una relación más armónica y «más conforme a la realidad» entre
trabajo y familia.
En el
contexto y en la perspectiva del Sínodo de los Obispos sobre la Familia, del
próximo octubre, ofrecemos esta aportación para reflexionar sobre cómo podemos
ayudar a construir las condiciones que hagan posible la vida familiar. Queremos que nos ayude a crecer en nuestras
prácticas en defensa de la vida familiar al servicio de las personas y de la
sociedad. Y la ofrecemos como un medio
para la reflexión, personal y en grupo concreta de las familias del mundo obrero
y del trabajo.
1.- Una situación difícil para muchas familias.
La
experiencia cotidiana en la realidad del mundo obrero y del trabajo nos muestra
que muchas familias trabajadoras están atravesando una difícil situación que
tiene mucho que ver con el profundo deterioro del empleo, por condiciones
laborales cada vez más precarias o por la exclusión del empleo. La privación de un trabajo digno está dañando
gravemente a muchas familias trabajadoras.
El
reciente Sínodo extraordinario de los Obispos (octubre de 2014), dedicado a la familia,
ha constatado este hecho, que volverá a ser tratada en el próximo Sínodo
ordinario. Algunos párrafos de los
documentos de trabajo sirven de punto de partida, pues expresan muy bien lo que
es la experiencia y el sufrimiento de muchas familias, así como también el
desafío que esto supone para la sociedad y para la Iglesia.
«Existe
también una sensación general de impotencia ante una situación socioeconómica
que a menudo acaba aplastando a las familias.
Ello se debe a la pobreza y a la precariedad laboral crecientes, que se
viven a veces como una auténtica pesadilla (…)
Con frecuencia las familias se sienten abandonadas por el desinterés y
la poca atención que les prestan las instituciones. Las consecuencias negativas desde el punto de
vista de la organización social son evidentes: desde la crisis demográfica
hasta las dificultades educativas, desde la dificultad para acoger la vida
naciente hasta la percepción de la presencia de los ancianos como un peso y la
difusión de un malestar afectivo que, en ocasiones, llega a la violencia. Es responsabilidad del Estado crear las
condiciones legislativas y laborales para garantizar el porvenir de los jóvenes
y ayudarles a realizar su proyecto de fundar una familia» (n. 6).
Y en el Instrumento de Trabajo del Sínodo:
«Las
familias no son sólo una entidad que el Estado debe proteger, sino que deben
recuperar su papel como sujetos sociales.
En este contexto, son numerosos los desafíos para las familias: la
relación entre la familia y el mundo del trabajo, entre la familia y la
educación, entre la familia y la salud; la capacidad de unir entre ellas a las
generaciones, a fin de que jóvenes y ancianos no sean abandonados» (n. 34).
«Es
unánime la referencia al impacto de la actividad laboral en los equilibrios
familiares. En primer lugar, se registra
la dificultad de organizar la vida familiar común en el contexto de una
repercusión dominante del trabajo, que exige de la familia cada vez mayor flexibilidad. Los ritmos de trabajo son intensos y en
determinados casos extenuantes; los horarios son a menudo demasiado largos y a
veces se extienden incluso al domingo: todo esto resulta un obstáculo a la
posibilidad de estar juntos. A causa de
una vida cada vez más convulsa, son raros los momentos de paz e intimidad
familiar (…) A lo que se añade la
repercusión… de los efectos producidos por la crisis económica y por la
inestabilidad el mercado de trabajo. La
creciente precariedad laboral, junto con el crecimiento del desempleo, y la
consiguiente necesidad de desplazamientos cada vez más largos para trabajar,
tiene graves consecuencias sobre la vida familiar, produce –entre otras cosas–
un debilitamiento de las relaciones, un progresivo aislamiento de las personas
con el consiguiente aumento de la ansiedad» (n. 70).
«En
diálogo con el Estado y con las instituciones públicas, se espera de parte de
la Iglesia una acción de apoyo concreto para un empleo digno, para salarios
justos, para una política fiscal en favor de la familia, así como la activación
de una ayuda para las familias y los hijos.
Se señala al respecto, la falta frecuente de leyes que tutelen a la
familia en el ámbito del trabajo y, en particular, a la mujer-madre
trabajadora» (n. 71).
- El sufrimiento de muchas familias. Necesitamos fijarnos en el dolor y el desastre humano de esta situación y
- La negación de algo esencial: una vida familiar que acompañe y cuide la vida de las personas, que pueda hacer real y efectivo el crecimiento humano de cada persona.
«Hay
que favorecer un contexto social, que garantice, a través del trabajo, la
posibilidad de construir una familia y de educar a los hijos».
2.- ¿Qué nos está pasando?.
En la
raíz de la difícil situación de muchas familias trabajadoras está un hecho que
el papa Francisco denuncia:
«Dios
quiso que en el centro del mundo no hubiera un ídolo, sino el hombre y la
mujer, para que saquen adelante, con su trabajo, el mundo. Pero ahora, en este sistema sin ética, en el
centro hay un ídolo, y el mundo se ha convertido en idólatra de este
«dios-dinero».
La
situación actual es una consecuencia de «…¡la negación de la primacía del ser
humano!… la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo
verdaderamente humano».
En el
funcionamiento de nuestra economía, determinante en nuestro modelo social, la
persona no es lo primero, en el trabajo la persona no es lo primero. Su lugar lo ha ocupado el ídolo de la
rentabilidad. Los trabajadores y
trabajadoras han sido convertidos en instrumentos de un ídolo que exige
sacrificios humanos.
Por
eso, el papa Francisco planteó en el Parlamento Europeo que en el cambio que
necesitamos es esencial situar en el centro de todo la sagrada dignidad del ser
humano y la afirmación práctica de los derechos de las personas: «Ha llegado la
hora de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a
la sacralidad de la persona humana», porque «el ser humano corre el riesgo de
ser reducido a un mero engranaje que lo trata como un simple bien de consumo
para ser utilizado, de modo que… cuando la vida ya no sirve a dicho mecanismo,
se la descarta sin tantos reparos».
Y al
referirse, a la necesidad de crear las condiciones sociales que hagan posible
el desarrollo de la centralidad de la persona, se refirió a dos ámbitos básicos
y estrechamente vinculados entre sí para promover el reconocimiento de la
dignidad de la persona: la familia y el trabajo:
«El
primer ámbito es seguramente el de la educación, a partir de la familia, célula
fundamental y elemento precioso de toda sociedad».
«El
segundo ámbito en el que florecen los talentos de la persona humana es el trabajo. Es hora de favorecer las políticas de empleo,
pero es necesario sobre todo volver a dar dignidad al trabajo, garantizando
también las condiciones adecuadas para su desarrollo. Esto implica, por un lado, buscar nuevos
medios para compaginar la flexibilidad del mercado con la necesaria estabilidad
y seguridad de las perspectivas laborales, indispensables para el desarrollo
humano de los trabajadores; por otro lado, significa favorecer un adecuado
contexto social, que no apunte a la explotación de las personas, sino a
garantizar, a través del trabajo, la posibilidad de construir una familia y de
educar a los hijos».
El
cuidado es una necesidad radical de toda persona, porque el amor que expresa el
cuidado es lo que nos humaniza. Sin una
estructura de acogida el ser humano no puede desarrollarse. En el cuidado de unos hacia otros es donde se
manifiesta de forma privilegiada el profundo sentido del valor propio e
insustituible de cada ser humano.
En la
realidad social podemos crear, y de hecho hemos creado como fruto de una mayor
conciencia de la dignidad humana, espacios y medios diversos para cuidar la
vida y posibilitar su desarrollo. Por
ejemplo, los servicios educativos, sanitarios, de pensiones, de prestaciones
sociales, las leyes que protegen derechos laborales, etc. Pero hay dos esferas de acogida y cuidado de
la vida que son los más básicos y fundamentales:
- La primera esfera de acogida y cuidado de todo ser humano es el seno materno.
- La segunda es el entorno familiar, el hogar, un entorno afectivo e incondicional donde la persona se sabe acogida incondicionalmente, por lo que es.
La
crisis ha agudizado esta situación en las familias:
- En primer lugar, porque siguen presentes los mismos problemas que ya existían antes, con horarios y una movilidad laboral que dificulta seriamente la vida familiar, más incluso que antes por la amenaza y el miedo de perder el empleo.
- En segundo lugar, porque el paro y la extrema precarización del empleo les han privado de recursos para una vida digna.
- En tercer lugar, porque muchas familias trabajadoras se han visto abocadas a una situación de exclusión o muy próxima a ésta.
- Y en cuarto lugar, porque se han reducido y recortado aún más las prestaciones y servicios sociales.
Las
familias necesitan de un trabajo digno y de unas prestaciones y servicios
sociales que posibiliten y faciliten la vida familiar. Por eso, las personas tenemos derecho al
trabajo digno y a derechos sociales. Y,
consecuentemente, la sociedad, la responsabilidad de hacer posibles esos
derechos. Y para servir al bien común,
el Estado tiene la responsabilidad de garantizar el ejercicio de esos derechos.
El
cuidado es una necesidad radical de la persona porque expresa lo que nos
humaniza.
3.- Los derechos familiares de las personas y los derechos sociales de las familias.
Las
personas no somos individuos aislados, sino seres singulares y
comunitarios. Somos en nuestra
relaciones con los demás y nuestro yo se va forjando y desarrollando en
nuestras relaciones con los otros. Es
esencial mirar los derechos de las personas también desde la perspectiva de la
vida familiar, como el ámbito más básico
para el desarrollo de nuestra humanidad.
El
cuidado de la vida significa, entre otras cosas, que las personas, por el hecho
de serlo, tenemos unos derechos familiares y las familias unos derechos
sociales. Unos y otros son los que hacen
posible las condiciones básicas de desarrollo de la vida humana.
Si son
derechos vinculados a la dignidad de las personas reclaman su reconocimiento y,
por tanto, son una responsabilidad que todos debemos atender para que los
derechos se hagan efectivos.
- El derecho a un entorno familiar adecuado, por tanto, el derecho a formar una familia y a desarrollar la vida familiar.
- El derecho a la propiedad, es decir, a los bienes que permiten el desarrollo de la vida familiar y que hacen posible una vida libre, digna y que permite desarrollar un proyecto de vida.
- El derecho a ser lo que cada persona es en la familia: madre, padre, hijo/a, abuelo/a.
- El derecho a educar a los hijos y el de los hijos a la educación.
- El derecho a cuidar a los ancianos y el de los ancianos a ser cuidados.
- El derecho a cultivar las relaciones de pareja y todas las demás relaciones familiares.
- El derecho a cultivar la propia vocación, la singularidad de cada persona.
- El derecho a un trabajo compatible con la vida y la situación familiar.
- El derecho a desarrollar un compromiso en la vida social y política, a contribuir a la construcción de la vida social.
- El derecho a no ser penalizado de ninguna manera por el ejercicio de estos derechos.
3.2. LOS DERECHOS SOCIALES DE LAS FAMILIAS.
- El derecho al trabajo y a que la organización del mismo se subordine a las necesidades de la vida familiar, facilitándola.
- El derecho a un salario familiar o a unos ingresos que hagan posible el desarrollo de la vida familiar.
- El derecho a una red de servicios sociales que garanticen el acceso a los bienes básicos de la vivienda, la educación, la sanidad…
- El derecho a la protección social que atienda las necesidades de los miembros de la familia en caso de maternidad-paternidad, desempleo, enfermedad, jubilación…
- El derecho a recibir la ayuda social necesaria que garantice el ejercicio de los derechos familiares de las personas.
- El derecho a la participación y el protagonismo de la familia en la vida social y política.
4.- ¿Qué podemos hacer?.
4.1. Cambiar de forma de pensar: reconocer el
valor de la familia para la vida de las personas y de la sociedad.
Colaborando
al cambio de mentalidad, pasando de una consideración individualista de las
necesidades de las personas a otra consideración comunitaria de ellas y, en
particular, a contemplar las necesidades de las personas desde la perspectiva
de la vida familiar, de las familias.
Para
ello es fundamental crecer en conciencia de lo que significa que la familia es
la primera sociedad humana, el lugar natural y el instrumento más eficaz de
humanización y personalización de la sociedad, ámbito capaz de sacar a la
persona del anonimato, de mantenerla consciente de su dignidad, de enriquecerla
en humanidad y de insertarla activamente en la construcción de la vida
social. Las personas y las propias
familias reconocer la función insustituible de la familia. La familia es un bien precioso a proteger,
promoviendo las condiciones adecuadas para que pueda ejercer sus funciones al
servicio de las personas y de la sociedad.
Tiene
mucho valor el crear o promover ámbitos donde podamos hablar de la situación de
las familias, de sus necesidades, de sus problemas, profundizar en cómo
realizar mejor las funciones, compartir experiencias, buscar caminos para
facilitar la vida familiar…
4.2. Promover la conciencia social de los derechos
familiares de las personas y de los derechos sociales de las familias.
Es
necesario promover la conciencia social de los derechos familiares de las
personas y de los derechos sociales de las familias. Avanzar en que esos derechos sean
considerados como derechos fundamentales y que se les dé socialmente la
importancia que merecen.
Es
fundamental colaborar a difundir esos derechos; buscar caminos para
concretarlos en cada realidad; convertirlos en reivindicaciones concretas ante
las instituciones públicas; asumir nuestra responsabilidad en promoverlos,
defenderlos y reivindicarlos; promover que las diversas organizaciones sociales
los vayan asumiendo; animar que se luche por ellos desde las organizaciones
sindicales, sociales, políticas…
Es muy
importante convertir esos derechos en objetivos sociales, en reivindicaciones
concretas, incorporarlos como algo importante a la tarea de las organizaciones
sociales.
4.3. Reivindicar verdaderas políticas familiares.
Es
fundamental reivindicar ante las instituciones públicas la práctica de
políticas dirigidas a garantizar el ejercicio efectivo de los derechos
familiares de las personas y de los derechos sociales de las familias.
Debemos
exigir que las políticas fiscales y presupuestarias estén orientadas a
facilitar la vida de las familias, en particular de las familias en situación
de pobreza y exclusión, como un derecho básico y fundamental de las personas.
Defender
los derechos sociales de los trabajadores, de las familias trabajadoras, es un
deber de justicia. Lo exige la dignidad
de las personas, el bien de la sociedad y, en particular, las necesidades de
los empobrecidos.
Para
ello necesitamos extender algunas convicciones y prácticas:
- Existen recursos suficientes para financiarlos. No es que no existan sino la opción política elegida ha sido la de dedicar más recursos sociales a la acumulación de riqueza en lugar de responder a las necesidades sociales.
- Son una prioridad porque son indispensables para la libertad de las personas, en particular de los empobrecidos. Significan la defensa de la dignidad de las personas y crean condiciones para desarrollar humanamente la vida personal, familiar, social.
- Necesitan de servicios públicos suficientes, no pueden ser privatizados ya que significa someterlos a la lógica del negocio y provocar mayores desigualdades e injusticias.
- Requieren políticas fiscales justas que redistribuyan de manera equitativa la riqueza y favorezcan la corresponsabilidad y honradez de todos la ciudadanía.
- Están ligados a la dignidad de toda persona. No son derechos que emanen de tener o no un empleo, de haber nacido en un lugar u otro, pertenecen a todo persona por el hecho de serlo.
4.5. Defender el trabajo digno.
El
derecho de toda persona capaz a un trabajo (no sólo al empleo, que es trabajo
asalariado, sino a realizar una actividad útil socialmente) y a un trabajo
realizado en condiciones dignas de la persona, que es siempre el sujeto del
trabajo. La forma en que trabajan muchos
hombres y mujeres es un obstáculo para la vida familiar. La defensa del trabajo digno es esencial para
la realización de las personas y de las familias.
Hoy se
están negando en el trabajo (particularmente en el empleo) principios básicos
de humanidad.
Principios que la Doctrina Social de la Iglesia subraya insistentemente:
Principios que la Doctrina Social de la Iglesia subraya insistentemente:
«El
conjunto del proceso productivo debe (…) adaptarse a las necesidades de la
persona (…) de su vida familiar».
«El
trabajo es el fundamento sobre el que se forma la vida familiar (…) Se debe reconocer y afirmar que la familia
constituye uno de los punto de referencia más importantes según los cuales debe
formarse el orden socio-ético del trabajo humano».
«La
realización de los derechos del hombre del trabajo no puede estar condenada a
constituir solamente un derivado de los sistemas económicos, los cuales (…) se
dejen guiar sobre todo por el criterio del máximo beneficio. Al contrario, es precisamente la
consideración de los derechos objetivos del hombre del trabajo (…) lo que debe
constituir el criterio adecuado y fundamental para la formación de toda la
economía»
Entre
otras cosas, defender el trabajo digno significa:
- Romper la actual lógica de pensar y organizar el trabajo desde las exigencias de la economía y la de adoptar las decisiones políticas desde la adaptación forzada de los trabajadores a la lógica económica. Necesitamos plantearnos las cosas en sentido contrario: ¿qué funcionamiento de la economía es necesario para que en ella el trabajo pueda ser el instrumento de comunión y realización humana que está llamado a ser? Y lo mismo en las decisiones políticas: ¿qué decisiones políticas son necesarias para que el trabajo pueda realizarse en condiciones dignas para el ser humano y que colaboren a la libertad, la solidaridad y la fraternidad entre las personas?.
- Plantear el sentido y el valor del trabajo más allá del empleo: necesitamos el reconocimiento del valor que para las personas y para la sociedad tienen muchos trabajos que no son empleos y que, precisamente por ello, sufren una minusvaloración social que, en demasiadas ocasiones, es también una minusvaloración social de las personas que los realizan. Un ejemplo muy claro lo tenemos en el cuidado del hogar y la vida familiar; o también en la dedicación para que funcionen las organizaciones sociales, cívicas, educativas… Necesitamos ordenar el trabajo –tanto el que es empleo como el que no– para responder a las necesidades humanas. Y necesitamos liberar tiempo para construir relaciones en las que el trabajo de unos puesto al servicio de los otros no esté regido simplemente por relaciones mercantiles, sino por la gratuidad, la solidaridad y los intercambios voluntarios de dones y capacidades.
- Luchar por condiciones dignas de empleo: Tener o no tener empleo depende cada vez más del grado de sumisión que la persona está dispuesta a aguantar. Sin afirmar los derechos de las personas en el empleo no es posible humanizar el trabajo. La acción sindical y las políticas laborales son fundamentales en este sentido y necesitan priorizar la situación de los trabajadores más vulnerables y empobrecidos.
- Articular de forma humanizadora el trabajo y el descanso: frente a la lógica que nos hace vivir para trabajar y consumir, necesitamos construir la lógica de trabajar y consumir para vivir. Esto implica que hemos de conquistar tiempo y espacio para hacer posible la vida y el cuidado de la vida. Necesitamos igualmente romper la dinámica de que el tiempo libre esté, en gran medida, organizado por el consumismo. Necesitamos convertir el descanso en tiempo personal y comunitario de contemplación de nuestra vida, de comunión, de celebración, de gratuidad…, desde el que cobre sentido el conjunto de nuestra existencia. Todo esto es esencial para la vida familiar.
- Luchar por la defensa y extensión de los derechos sociales: hay que subrayar que el reconocimiento efectivo de los derechos sociales es una condición fundamental para liberar el trabajo de la esclavitud economicista a la que está sometido. Son un elemento decisivo para la libertad de las personas y, especialmente, para la libertad ante el empleo y las condiciones en que se realiza.
- Desvincular derechos sociales y empleo: es necesario desvincular progresivamente el reconocimiento efectivo de los derechos sociales del empleo. De lo contrario, empleo precario y desempleo supondrán cada vez más derechos sociales más precarios. Para liberar el empleo de la esclavitud economicista es necesario caminar hacia la garantía universal de todos los derechos sociales, con independencia del empleo de las personas y de su contribución individual a las prestaciones. Pensemos, por ejemplo, lo que supone para las futuras pensiones en empleo tan precario y el desempleo que hoy sufren tantos jóvenes: ¿qué pensiones de jubilación tendrán de mantenerse la actual tendencia?. En la desvinculación entre derechos sociales y empleo es necesario contemplar el asegurar socialmente una renta para todas las personas y familias, porque hoy el salario, sujeto al empleo escaso y precario, en muchos casos ya no puede cubrir las necesidades básicas de todas las personas y familias.
4.6. Asumir la responsabilidad social en la
defensa y promoción de las familias.
Todos
debemos asumir nuestra responsabilidad en la defensa y promoción de la función
insustituible de las familias, implicándonos activamente en todo lo que hemos
señalado anteriormente. Sin asumir esa
responsabilidad los derechos no son posibles.
Pero es
igualmente importante otra cosa: construir desde la sociedad experiencias de
solidaridad, de comunión, de otra manera de vivir, de otra forma de situarnos
ante el ocio, el consumo responsable, el cuidado de la naturaleza, de
colaboración y apoyo entre las familias.
No podemos contentarnos con ser simplemente «reivindicadores» ante las
instituciones públicas. Sin dejar de
hacerlo, es necesario también que asumamos la responsabilidad de construir
desde la iniciativa social nuevas formas de relacionarnos. El protagonismo de las familias trabajadoras
es esencial en este sentido.
«La
familia cristiana está llamada a ofrecer a todos el testimonio de una entrega
generosa y desinteresada a los problemas sociales»
5.- Una tarea propiamente eclesial.
Todo
cuanto hemos planteado en el apartado anterior para avanzar hacia la afirmación
práctica de los derechos familiares de las personas y de los derechos sociales
de las familias es una tarea de toda la sociedad. Pero es también una tarea propiamente
eclesial. Los cristianos y las
comunidades eclesiales estamos llamados a implicarnos activamente en todo ello,
a asumir nuestra responsabilidad en el necesario cambio de mentalidad, en la
reivindicación de políticas familiares, en la defensa de los derechos sociales
y de un trabajo digno, en promover y participar en iniciativas concretas de
otras formas de vivir. Es un camino
necesario para la evangelización, para acoger la permanente llamada del
Evangelio de Jesucristo al cuidado de la vida.
Involucrándonos
en las tareas y caminos que hemos señalado en el apartado anterior, hay tres
aspectos que son especialmente importantes para avanzar en ser comunidades
eclesiales más y mejor al servicio de las personas y familias:
- Proponer la visión cristiana de la familia y de su servicio al cuidado de la vida. Aprender vitalmente a mirar y valorar la realidad de las familias trabajadoras a la luz del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia, compartiendo con otros esa manera de mirar y valorar.
- Crear y cuidar espacios abiertos en nuestras comunidades eclesiales donde podamos compartir, reflexionar, orar… la realidad concreta de las familias trabajadoras.
- Ofrecer un testimonio comunitario de entrega y servicio a las necesidades de las personas y familias, de servicio a la causa de la justicia que reclama la situación de los pobres, de tantas familias trabajadoras empobrecidas. Y en ello es fundamental, también, el testimonio de las familias cristianas: «La familia cristiana está llamada a ofrecer a todos el testimonio de una entrega generosa y desinteresada a los problemas sociales, mediante la “opción preferencial” por los pobres y los marginados». Por ello es también llamada, desde la Doctrina Social de la Iglesia, a formar su conciencia sociopolítica como dimensión esencial de la vivencia de la fe en Jesucristo, a conocer e implicarse en la realidad.
Nuestras
parroquias, grupos, comunidades, movimientos eclesiales, etc., necesitamos
responder más y mejor a llamadas como las que nos hacen estas afirmaciones de
la Iglesia:
«Los
gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro
tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y
esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no
encuentre eco en su corazón».
No hay comentarios:
Publicar un comentario