Invita
al Parlamento Europeo a «construir juntos la Europa que no gire en torno a la
economía sino a la sacralidad de la persona humana».
El Papa
Francisco, en Estrasburgo: «La enfermedad que veo más extendida en Europa es la
soledad».
El Papa
Francisco ha sido recibido por el presidente del Parlamento Europeo Martin
Schulz.
En un
discurso de gran envergadura ante el pleno del Parlamento Europeo, el Papa
Francisco salió al paso de los miedos y los errores del Viejo continente,
animando a no perder de vista el rumbo esencial: «construir juntos la Europa
que no gire en torno a la economía sino a la sacralidad de la persona humana».
Del
mismo modo que Juan Pablo II en su discurso de 1988 puso delante de la
Eurocámara la dura realidad de los países del Este, el primer Papa americano se
concentró en recordar que las instituciones políticas están al servicio de las
personas y no de los intereses económicos.
El
Papa, que fue recibido con gran cordialidad por el presidente Martin Schulz,
presentó ante los 751 eurodiputados de 28 países y los presidentes de las demás
instituciones –Comisión Europea, Consejo Europeo y Consejo de la Unión Europea-
un «mensaje de esperanza y aliento, basado en la confianza de que las
dificultades pueden convertirse en fuerte promotoras de unidad para vencer
todos los miedos».
Yendo
directamente a lo esencial, les recordó que «en el centro de este ambicioso
proyecto político se encontraba la confianza en el hombre, no tanto como
ciudadano o sujeto económico, sino en el hombre como persona dotada de una
dignidad trascendente».
Creer
en esa dignidad es la base de la defensa de los derechos humanos. Por eso, al
tiempo que aplaudía los esfuerzos de la Unión Europea, hizo notar que
«persisten demasiadas situaciones en las que los seres humanos son tratados
como objetos, de los cuales se puede programar la concepción, la configuración
y la utilidad, y que después pueden ser desechados cuando ya no sirven, por ser
débiles, enfermos o ancianos».
Mal uso
de los derechos humanos.
En su
largo discurso, pronunciado en italiano, el Papa les previno con claridad
frente a «errores que pueden nacer de una mala comprensión de los derechos
humanos y de un paradójico mal uso de los mismos» como «la tendencia hacia una
reivindicación siempre más amplia de los derechos individuales, que esconde una
concepción de persona humana desligada de todo contexto social y
antropológico».
Otro
error es que «el concepto de derecho ya no se asocia al de deber, igualmente
esencial y complementario», por lo que consideró vital «profundizar hoy en una
cultura de los derechos humanos que pueda unir sabiamente la dimensión
individual, o mejor, personal, con la del bien común».
«La
soledad se ha agudizado por la crisis económica».
Los
pasajes más profundos de su discurso se centraron en «la dignidad trascendente
del hombre, su innata capacidad de distinguir el bien del mal, esa «brújula»
inscrita en nuestros corazones y que Dios ha impreso en el universo creado»,
mirando al hombre «no como un absoluto, sino como un ser relacional» para
superar el drama de la soledad en que viven ya tantas personas. «Una de las
enfermedades que veo más extendidas en Europa es la soledad, propia de quien no
tiene lazo alguno», ha dicho.
Pasando
al plano concreto de la política, el Santo Padre hizo notar que «esa soledad se
ha agudizado por la crisis económica» y constató que «en el curso de los
últimos años, junto al proceso de ampliación de la Unión Europea, ha ido
creciendo la desconfianza de los ciudadanos respecto a instituciones
consideradas distantes».
En tono
muy fuerte denunció «algunos estilos de vida un tanto egoístas, caracterizados
por una opulencia insostenible y a menudo indiferente respecto al mundo
circunstante, y sobre todo a los más pobres».
Cultura
del descarte.
Con un
aplauso atronador, los eurodiputados rubricaron otra denuncia mas grave, la del
economicismo que convierte a las personas en elementos de producción o de
consumo hasta que, «cuando la vida ya no sirve a dicho mecanismo se la descarta
sin tantos reparos, como en el caso de los enfermos terminales, de los ancianos
abandonados y sin atenciones, o de los niños asesinados antes de nacer».
Por
eso, con palabras muy claras les recordó que «ustedes, en su vocación de
parlamentarios, están llamados también a una gran misión, aunque pueda parecer
inútil: Preocuparse de la fragilidad de los pueblos y de las personas. Cuidar
la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un
modelo funcionalista y privatista que conduce inexorablemente a la
"cultura del descarte"».
El Papa
aseguró que «una Europa capaz de apreciar las propias raíces religiosas,
sabiendo aprovechar su riqueza y potencialidad, puede ser también más
fácilmente inmune a tantos extremismos que se expanden en el mundo actual,
también por el gran vacío en el ámbito de los ideales, como lo vemos en el así
llamado Occidente, porque es precisamente este olvido de Dios, en lugar de su
glorificación, lo que engendra la violencia».
Persecuciones
religiosas.
A
renglón seguido denunció «las numerosas injusticias y persecuciones que sufren
cotidianamente las minorías religiosas, y particularmente cristianas, en
diversas partes del mundo. Comunidades y personas que son objeto de crueles
violencias: expulsadas de sus propias casas y patrias; vendidas como esclavas;
asesinadas, decapitadas, crucificadas y quemadas vivas, bajo el vergonzoso y
cómplice silencio de tantos».
En la
misma línea realista, el Papa volvió al escenario de la política europea para
invitarles a servir a la democracia con hechos pues, si no, «se corre el riesgo
de vivir en el reino de la idea, de la mera palabra, de la imagen, del sofisma…
y se termina por confundir la realidad de la democracia con un nuevo
nominalismo político».
«La
familia unida trae esperanza al futuro».
Para
mantener las democracias, continuó el Papa, es necesario «evitar que su fuerza
real sea desplazada ante las presiones de intereses multinacionales no
universales, que las hacen más débiles y las trasforman en sistemas
uniformadores de poder financiero al servicio de imperios desconocidos. Este es
un reto que hoy la historia nos ofrece».
Con
toda confianza, propuso a la Eurocámara «invertir en la persona humana»,
empezando por «la educación, a partir de la familia, célula fundamental y
elemento precioso de toda sociedad. La familia unida, fértil e indisoluble trae
consigo los elementos fundamentales para dar esperanza al futuro». Un enésimo
aplauso manifestó buena acogida a su propuesta.
Los
aplausos se repitieron a raíz de las invitaciones del Papa a desarrollar «las
potencialidades creativas de Europa en varios campos de la investigación
científica, algunos de los cuales no están explorados todavía completamente.
Baste pensar, por ejemplo, en las fuentes alternativas de energía, cuyo
desarrollo contribuiría mucho a la defensa del ambiente».
Según
el Santo Padre, «el respeto por la naturaleza nos recuerda que el hombre mismo
es parte fundamental de ella. Junto a una ecología ambiental, se necesita una
ecología humana, hecha del respeto de la persona, que hoy he querido recordar
dirigiéndome a ustedes».
Cuestión
migratoria.
La
Eurocámara reaccionó con otro aplauso emocionado cuando el Papa puso el dedo en
otra llaga: «Es igualmente necesario afrontar juntos la cuestión migratoria. No
se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio. En
las barcazas que llegan cotidianamente a las costas europeas hay hombres y
mujeres que necesitan acogida y ayuda».
La
última parte de su larguísimo discurso hizo referencia a la «identidad
cultural» de Europa, en la que se basa su fuerza, y que permitirá jugar un
papel frente a los conflictos y frente al terrorismo internacional.
Como
conclusión, el Papa dijo a los eurodiputados que «ha llegado la hora de
construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la
sacralidad de la persona humana, de los valores inalienables; la Europa que
abrace con valentía su pasado, y mire con confianza su futuro para vivir
plenamente y con esperanza su presente».
En tono
vibrante insistió en que «ha llegado el momento de abandonar la idea de una
Europa atemorizada y replegada sobre sí misma, para suscitar y promover una
Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y
también de fe. La Europa que contempla el cielo y persigue ideales; la Europa
que mira, defiende y tutela al hombre; la Europa que camina sobre la tierra
segura y firme, precioso punto de referencia para toda la humanidad».
El
discurso había durado casi una hora, pero los eurodiputados seguían con pasión
sus palabras. Al final, como un resorte, se levantaron y le dedicaron una
larguísima, interminable ovación en pie. Era un homenaje a su persona pero,
sobre todo, a lo que les acababa de decir.
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Si quieren conocer el discurso completo pueden hallarlo en el siguuiente enlace:
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