El 30 de junio de 2013 ingresaron a un hombre de 96 años en un hospital
público, de una comunidad autónoma española.
¿Su problema?: Todo cuanto comía era vomitado, no pasaba del estómago al intestino delgado; en su último vómito arrojó al exterior un coágulo de
sangre que asustó, por fin, a ese buen hombre y decidió contarlo a sus hijos
(hasta ese instante interpretó únicamente que "le sentó mal algo de lo que
comió" y por eso no le pasaba la comida) ya que ... eso del coágulo de
sangre... no era para nada normal.
De inmediato sus hijos lo transladaron al Hospital General donde le
hicieron varias pruebas y analíticas para detectar las razones de aquello;
pronto descubrieron que "tenía obstruído el paso del estómago al intestino
delgado", pero desconocían las razones de esa obstrucción ya que por más
limpieza que se llevó a cabo en el lugar... la obstrucción permanecía.
Se le practicó una "biopsia" con la intención de averiguar la
naturaleza de aquella obstrucción. ¿Una simple inflamación del intestino
delgado en su tramo pegado al estómago?, ¿un tumor cancerígeno en el
intestino?,... Han pasado dos meses y "no han llegado" los resultados
de tal análisis.
Mientras llegaba respuesta a estos trabajos había que hacer algo con el
paciente, así que reunidos el equipo médico con los familiares del mismo se les
informó de distintas opciones, todas viables según el equipo médico, ante las
cuales estos familiares debían optar por una u otra.
- Operación quirúrgica. Un
by-pass: perforando el estómago por un punto sano y conectándolo con una
parte cercana y sana del intestino delgado de manera que pudiera volver a
alimentarse de manera normal tras el período postoperatorio; (esta opción
era considerada de riesgo medio pero perfectamente realizable si no
surgían imprevistos que pudieran complicar la operación,ya que este
paciente tenía un corazón bastante fuerte todavía a pesar de su edad).
- Operación quirúrgica. Arrancar
toda la zona afectada por esa inflamación aparente del intestino delgado y
conectar de nuevo el estómago con la parte sana de ese intestino; (esta
opción era considerada como la más peligrosa de todas, según el equipo
médico).
- No operación quirúrgica.
Bastaría con realizar una adecuada limpieza de todo el aparato digestivo y
administrarle componentes alimenticios siempre líquidos; no podría tomar
purés ni mucho menos alimentos sólidos jamás; (era la opción que más
aconsejaba el equipo médico: daban por hecho que a los 96 años una persona
ya no puede dar más de sí y cualquier intervención quirúrgica podría
suponer un grave problema que acelerara su muerte; aseguraban, no
obstante, que de adoptar esta tercera vía su vida se prolongaría no mucho
más de unos meses).
Los familiares decidieron, tras una semana "para pensar" en que
enviaron al paciente a su casa, que lo mejor era adoptar la 1ª opción. Y así se
llevó a cabo; el 25 de julio volvió de nuevo al hospital en el que se le
hicieron una serie de analíticas y a continuación se le practicó la operación
quirúrgica de acuerdo con la opción elegida por la familia y aceptada por el
paciente.
Empieza el calvario.
Si lo anterior no fue para nada agradable, esto que viene a continuación
fue espantoso de necesidad.
La operación salió bien, muy bien, según el equipo médico. El paciente
entró en su habitación tras dicha operación con un tubo que entrando por la
nariz llegaba a su estómago para recoger allí los jugos gástricos, sangre y
cualquier otro líquido que allí se hallara; el compuesto tenía un color rosado
que iba a parar a una bolsa hermética transparente conectada con el tubo. Unos
goteros le aportaban medicación diversa (calmantes y demás).
Al día siguiente, por la mañana, uno de los familiares que había pasado
toda la noche con el paciente, observó que éste ya no tenía el tubo entrando
por su nariz; avisó a las enfermeras y éstas, tras un momento en que
deliberaron con la doctora que coordinaba el tratamiento de este paciente,
comunicaron que "ya no era necesario este tubo ya que si el paciente
no había vomitado ni mostraba problema alguno... lo mejor era dejarle ya sin
este tubo".
Ese mismo día empezaron a darle agua para beber y algún caldo; al día
siguiente ya le dieron caldos de distintos sabores; al tercero le daban purés y
sopas de fideos; al cuarto le daban sólidos -tanto en los platos como en el
postre-.
Durante esos días el paciente defecaba unas heces negras y de aspecto muy
extraño; sus fuerzas iban en declive y llegó un momento en que ya no quería ni
comer, nada, absolutamente nada,... sin embargo el tratamiento no cambió,
incluso la medicación se le administraba totalmente en pastillas, nada se le
daba ya en gotero.
La doctora en cuestión tenía previsto darle el alta al paciente llegado el
quinto día; hubiera bastado que las analíticas hubieran dado buen resultado ya
que todas las indicaciones que los familiares le iban transmitiendo, según
ella, carecían de valor, no significaban nada grave.
Al cuarto día el paciente tuvo vómitos enormes, muy fuertes y dolorosos y
en el último echó fuera un buen trozo de sangre coagulada que recordaba lo que
le pasó antes de ser ingresado. Inmediatamente, entonces sí, el equipo médico
decidió "no correr tanto" y volver a los goteros"; la analítica,
además, reveló al día siguiente que "tenía anemia en la sangre", así
que... no podían darle el alta ni lo podían enviar a casa.
Distintas lecturas.
Según el equipo médico esto no tenía nada que ver con la operación sino con
complicaciones que se habrían generado después (pero no determinaron qué
complicaciones eran ésas).
Según los familiares estaba muy claro que todo arrancó del momento en que
la doctora decidió no volverle a introducir el tubo que limpiaba el estómago
tras la operación; ¿de dónde, si no, salió el coágulo de sangre en el último
vómito? y también de interrumpir el tratamiento que tenía antes de la operación
también por orden de la nueva doctora. Cuando estos familiares plantearon estas
cuestiones se les contestó que "ese tratamiento lo tenían que haber traído
ellos desde casa y habérselo administrado conforme se había hecho hasta ese
momento"; a cuadros, se quedaron "a cuadros".
Y vuelta a empezar... pero desde más abajo.
Entubaron al paciente, le llenaron de goteros,... ya no se podía ni
levantar. Los familiares iban informando constantemente y de manera inmediata
de cualquier cambio que observaran en el paciente; entre sí se iban turnando
para cubrir las 24 horas de cada día y comunicándose también entre sí todas las
informaciones relacionadas con el familiar ingresado y así llevar un mejor
control del seguimiento a realizar.
Si el paciente tenía hipo -que era muy frecuente al principio- ellos
solicitaban algo para solucionarlo ya que "el hipo le impedía
descansar, no le dejaba ni dormir,... y si una persona enferma no logra
descansar ¿cómo va a mejorar?".
Afortunadamente el equipo médico siempre
fue atendiendo estas demandas y se iban solventando según iban informando los
familiares.
Más tarde se iba viendo que el paciente perdía las ganas de vivir, aturdido
de dolor y desanimado por verse todavía allí (era la primera vez en su vida que pasaba tanto tiempo en un hospital y más de esta manera) sin sentirse mejor sino bien al
contrario, le llevaban a desear que le dejasen en paz, dejarse morir,... porque
estaba convencido de que "si no mejoraba era porque era imposible
lograrlo".
Los familiares pidieron entonces "ayuda psicológica", de algún
profesional que pudiera hacer terapia con el enfermo y tratara de hacerle
cambiar ese fatalismo que se iba adueñando de él; la respuesta de la doctora al
respecto fue:
- "Eso es inviable puesto que sólo hay un psiquiatra para todo el
hospital y además no iba a realizar terapia alguna, únicamente se le
administrarían medicamentos que provocaran un mayor optimismo pero más
nada".
Ante la insistencia en este punto, como también en relación con otras
dificultades detectadas en el paciente esta doctora recurría constantemente a
la retórica de que "es que es una persona ya muy mayor, ¡ya tiene 96 años!
y ustedes no parecen querer darse cuenta de eso, ya se les avisó de que la
operación tenía sus riesgos aunque saliera bien; todo es debido a la
edad".
¿Todo es debido a la edad?.
Este hospital veía reducida su plantilla cada viernes por la tarde hasta el
lunes de madrugada; desaparecía la mitad del personal y había dificultades
incluso para reponer el jabón, papel, toallitas de aseo,... en las
habitaciones; las pocas personas que quedaban para atender a todo el hospital
-los pacientes no se iban de fin de semana a sus casas- debían
multiplicarse de mil maneras para poder atender las naturales necesidades que
seguían siendo las mismas que de lunes a viernes.
Había conteo de cada pañal, de cada toallita de aseo, de cada guante de
látex, de cada bata verde desechable,... con tanta rigurosidad que hasta daba
apuro andar mendigando una unidad tras otra una vez consumidas las anteriores;
todo por los "recortes", supuestos recortes en materiales que, según
algunos, antes se despilfarraban exageradamente.
Ni que decir tiene que "no había agua potable para los
pacientes", menos aún para los acompañantes de las personas enfermas. Si
querías tener agua la tenías que comprar en las máquinas expendedoras ubicadas
en el hospital o bien adquirirlas en el bar del hospital. Los menús de este bar
eran relativamente económicos, eso sí: podías comer relativamente bien con un
menú de 7'50 € por persona; un desayuno normal te podía salir por menos de 3 € (café con leche y alguna pieza de bollería).
Estas últimas cosas son minucias, pero a juicio de quienes han de pasar
incluso meses en un hospital es obvio que hay cosas que "no tienen su base
en la edad de las personas enfermas" sino en la escandalosa falta de
relación entre las "necesidades de las personas ingresadas" y las
"atenciones que esas personas precisan para su adecuada
rehabilitación".
De alta, por fin.
A falta de semana para terminar agosto le retiraron al paciente los
tubos,en primer lugar, y luego los goteros de alimentación y de medicación,
escalonadamente. A partir de ahí la persona enferma experimentó una mejoría muy
notoria, lo cual animó al equipo médico a plantear de nuevo la posibilidad de
aportarle la alimentación de manera natural; la inflamación de los órganos
interiores había decrecido y la infección de la herida exterior había
desaparecido, por fin.
Los familiares redoblaron sus ánimos para con la persona enferma pero
no dejaron de advertir de que "por favor no tuvieran tanta prisa en darle
el alta y procuraran ir más despacio a la hora de reanudar la alimentación
natural".
Así hizo el equipo médico y a finales de agosto... ya estaba en su casa
este hombre de 96 años, viejo, muy mayor, pero con esperanzas de vida digna
merced a la insistencia de sus familiares en "adecuar los medios a las
necesidades de la persona" y no al revés -que es lo que parece estar
haciendo la Administración pública: "someter a las personas a las migajas que
les quieran conceder", sean cuales sean los resultados finales.
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