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viernes, 16 de noviembre de 2012

Hacerse uno con todos



MARC VILARASSAU ALSINA, SJ
Tratar de contribuir a la sinfonía eclesial.

Todos tenemos un interlocutor con quien dialogamos, a quien tratamos de presentar de forma creíble el mensaje del Evangelio. La Nueva Evan­gelización no consiste en elaborar un único mensaje para que pueda ser ofrecido por la Iglesia de forma estandarizada.
Los interlocutores con los que queremos dialogar desde la Iglesia son enormemente diversos, mu­cho más ahora que hace unos años. Esa pluralidad de interlocución ex­terior a la Iglesia nos habla de una pluralidad semejante en nuestro inte­rior. Y pluralidad es riqueza, pero también es complejidad no exenta de conflicto.
Hemos advertido a menudo del peligro de caer en la tentación de reprimir esa compleja pluralidad en nombre de una uniformidad que limita­ría el Espíritu y lastraría la eficacia de la misión evangelizadora de la Igle­sia. Esto es así, y es cierto que se ha acentuado últimamente esa tenden­cia a «uniformizar el discurso eclesial frente al excesivo desconcierto doc­trinal». En los últimos meses han trascendido varias iniciativas orienta­das a poner orden en las regiones más díscolas de la periferia eclesial. El Vaticano, en este caso, no pretende engañar a nadie y ya ha clarificado que uno de los objetivos del «Año de la Fe», que comenzó en octubre de 2012, aparte de confortar a los creyentes y revitalizar su fe, es también conseguir una mayor clarificación doctrinal y tratar de evitar los «abusos» que se producen en ambos extremos del espectro eclesial. ¿Podemos llamarle a esto «involución»?. ¿«Regresión»?. ¿«Clarificación»?.
Seguramente, hay mucho de «involución» en todo ello, y el exceso de celo puede provocar en este terreno más de un rompimiento. Dicho esto, vamos a hablar de lo que nos toca más a nosotros, sin ir más lejos, de la tentación de obviar la capacidad disgregadora que tiene una pluralidad que no tiene en cuenta el requisito igualmente evangélico de la unidad. La Iglesia somos una pluralidad de voces y queremos ajustarnos sinfóni­camente. La diversidad no, pero la cacofonía eclesial, cuando se da, es profundamente desalentadora. En toda orquesta que se precie, el direc­tor es importante. Te puede caer mejor o peor, pero lo mínimo que le pi­des al director es que sea capaz de armonizar las voces y los instrumen­tos. Pues bien, en la Iglesia Crsitiana Católica, tal como hoy la conocemos, el Papa ejerce este oficio de director de la orquesta, y a él le toca armonizar el conjunto de los instrumentos para que no entren unos atropellando a otros. Un buen director permite las genialidades, los acentos, las impro­visaciones, las diferentes versiones, etc., pero lo esencial de la pieza debe ser reconocible en el concierto.
Lo que debemos preguntarnos es cómo dialogar con nuestros interlocu­tores, situados a menudo en la frontera, desde trincheras ideológica­mente en conflicto con la institución eclesial, desde el respeto y la em­patía evangélica con sus reclamos y sus desacuerdos, sin pretender salvar lo que consideramos insalvable o justificar lo injustificable, pero no por ello al margen y frontalmente en contra de lo que la Iglesia institucional propone, como si no fuera para nada con nosotros, como si no fuera más que un discurso extemporáneo, sin más razón que mantener un status quo trasnochado y ultramontano. De nuevo, deberíamos alejarnos de esa eclesiología amarillenta, más amiga de los gritos histéricos que del deba­te sosegado, riguroso y fraterno. A nuestros interlocutores no los respe­tamos más, ni llegamos más a ellos, negando una parte de lo que somos, como si no formara parte de lo nuestro. No sé hasta qué punto la pro­pia experiencia sirve, pero me he sentido más escuchado y respetado por mis interlocutores cuando los he rebatido que cuando los he aplaudido, siempre que estaba en juego algo en lo que no podíamos, sin más, estar de acuerdo. Yo también valoro del otro, más que el eslogan y el exa­brupto, el coraje de ser honesto.

PARA LA VIDA:
  • ¿En qué  aspectos consideramos que la Iglesia, como conjunto, como gran Comunidad y no sólo la vaticana, nos parece "avanzada o acorde con los tiempos y necesidades de hoy"  y en qué otros "nos parece que es excesivamente estática o cerrada a los cambios"?. ¿Cuáles pueden ser las razones para adoptar una u otra actitud?.
  • ¿Ocurre en otros grupos o instituciones que hay gran diversidad de opiniones, tendencias y formas de actuar ante la realidad?, ¿cómo se logra en ellas mantener la unidad aún a pesar de las diferencias?.
    • ¿Son las decisiones finales a gusto de todos o siempre hay alguien que "haría las cosas de otro modo"?.
    • ¿Qué ocurriría si "por no estar de acuerdo con las decisiones finales" cada cual hiciera conforme le pareciera sin tener nada ni a nadie en cuenta sino sólo su punto de vista?.
  • ¿Qué te parece fundamental para que en nuestra Iglesia, tan plural y diversa como es, podamos sentirnos COMUNIDAD y vivirla aún a pesar de esas diferencias?. ¿A qué  puedes comprometerte tú para sumar en ello, a qué podemos comprometernos -como pequeña comunidad- al respecto?.  

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