Tratar de contribuir
a la sinfonía eclesial.
Todos
tenemos un interlocutor con quien dialogamos, a quien tratamos de presentar de forma creíble el mensaje del Evangelio.
La Nueva Evangelización no consiste en elaborar un único mensaje para
que pueda ser ofrecido por la Iglesia de
forma estandarizada.
Los
interlocutores con los que queremos dialogar
desde la Iglesia son enormemente diversos, mucho
más ahora que hace unos años. Esa pluralidad de interlocución exterior a la Iglesia nos habla de una pluralidad semejante
en nuestro interior. Y pluralidad es riqueza, pero también es
complejidad no exenta de conflicto.
Hemos advertido a
menudo del peligro de caer en la tentación de reprimir esa compleja pluralidad en nombre de una uniformidad que limitaría el Espíritu y lastraría la eficacia de la
misión evangelizadora de la Iglesia.
Esto es así, y es cierto que se ha acentuado últimamente esa tendencia a «uniformizar el discurso eclesial frente al
excesivo desconcierto doctrinal». En
los últimos meses han trascendido varias iniciativas orientadas a poner orden en las regiones más díscolas de
la periferia eclesial. El Vaticano, en
este caso, no pretende engañar a nadie y ya ha clarificado que uno de los objetivos del «Año de la Fe», que
comenzó en octubre de 2012, aparte
de confortar a los creyentes y revitalizar su fe, es también conseguir una mayor clarificación doctrinal y
tratar de evitar los «abusos» que se
producen en ambos extremos del espectro eclesial. ¿Podemos llamarle a esto «involución»?. ¿«Regresión»?. ¿«Clarificación»?.
Seguramente,
hay mucho de «involución» en todo ello, y el exceso de celo
puede provocar en este terreno más de un rompimiento. Dicho esto, vamos a hablar de lo que nos toca más a nosotros,
sin ir más lejos, de la tentación de obviar
la capacidad disgregadora que tiene una pluralidad que no tiene en cuenta el
requisito igualmente evangélico de la unidad. La Iglesia somos una pluralidad de voces y queremos ajustarnos sinfónicamente.
La diversidad no, pero la cacofonía eclesial, cuando se da, es profundamente desalentadora. En toda orquesta que
se precie, el director es importante. Te puede caer mejor o peor, pero
lo mínimo que le pides al director es que
sea capaz de armonizar las voces y los instrumentos. Pues bien, en la Iglesia Crsitiana Católica, tal como hoy la conocemos, el
Papa ejerce este oficio de director de la orquesta, y a él le toca
armonizar el conjunto de los instrumentos
para que no entren unos atropellando a otros. Un buen director permite
las genialidades, los acentos, las improvisaciones,
las diferentes versiones, etc., pero lo esencial de la pieza debe ser
reconocible en el concierto.
Lo
que debemos preguntarnos es cómo dialogar con nuestros interlocutores, situados a menudo en la frontera, desde trincheras
ideológicamente en conflicto con la institución eclesial, desde el
respeto y la empatía evangélica con sus reclamos y
sus desacuerdos, sin pretender salvar lo que consideramos insalvable o
justificar lo injustificable, pero no por ello al margen y
frontalmente en contra de lo que la Iglesia institucional propone, como si no
fuera para nada con nosotros, como si no fuera más que un discurso extemporáneo, sin más razón que mantener un status quo trasnochado
y ultramontano. De nuevo, deberíamos alejarnos de esa eclesiología amarillenta, más amiga de los gritos
histéricos que del debate sosegado, riguroso y fraterno. A nuestros
interlocutores no los respetamos más, ni
llegamos más a ellos, negando una parte de lo que somos, como si no formara parte de lo nuestro. No sé hasta
qué punto la propia experiencia sirve, pero me he sentido más escuchado
y respetado por mis interlocutores cuando los he rebatido que cuando los he
aplaudido, siempre que estaba en juego algo
en lo que no podíamos, sin más, estar de
acuerdo. Yo también valoro del otro, más que el eslogan y el exabrupto, el coraje de ser honesto.
PARA LA VIDA:
PARA LA VIDA:
- ¿En qué aspectos consideramos que la Iglesia, como conjunto, como gran Comunidad y no sólo la vaticana, nos parece "avanzada o acorde con los tiempos y necesidades de hoy" y en qué otros "nos parece que es excesivamente estática o cerrada a los cambios"?. ¿Cuáles pueden ser las razones para adoptar una u otra actitud?.
- ¿Ocurre en otros grupos o instituciones que hay gran diversidad de opiniones, tendencias y formas de actuar ante la realidad?, ¿cómo se logra en ellas mantener la unidad aún a pesar de las diferencias?.
- ¿Son las decisiones finales a gusto de todos o siempre hay alguien que "haría las cosas de otro modo"?.
- ¿Qué ocurriría si "por no estar de acuerdo con las decisiones finales" cada cual hiciera conforme le pareciera sin tener nada ni a nadie en cuenta sino sólo su punto de vista?.
- ¿Qué te parece fundamental para que en nuestra Iglesia, tan plural y diversa como es, podamos sentirnos COMUNIDAD y vivirla aún a pesar de esas diferencias?. ¿A qué puedes comprometerte tú para sumar en ello, a qué podemos comprometernos -como pequeña comunidad- al respecto?.
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